sábado, 22 de junio de 2024

sábado, 22 de junio de 2024

Descanso

Vivir para contarlo
Ana Cristina López Viñuela

Cuando se van acercando las vacaciones da la impresión de que los días previos se alargan y no acaba de llegar el momento. Solemos tener planes, como ir de viaje, o a disfrutar de la playa, la montaña, el pueblo…  pero  el regreso se nos suele hacer cuesta arriba, ya sea porque nuestras expectativas se han cumplido y cuesta renunciar, o porque no lo han hecho y sentimos no hemos aprovechado lo suficiente y que necesitaríamos algún tiempo de asueto adicional.

Me ha sucedido llegar a límites de extenuación en los que el cuerpo pide a gritos estar tumbado y que lo dejen en paz, pero después de unas horas, o unos días, lo que agradece es que me ponga en movimiento. Si se trata de fatiga mental, que haga ejercicio. Si el agotamiento es físico, que me dedique a leer, a ver una película, a charlar con amigos. Si hablamos de cansancio psicológico, que me llene interiormente de paz y luz, por medio del silencio y la quietud. Y si es aburrimiento de la rutina, simplemente divertirme.

Me sorprendió escuchar a la neurocientífica Nazaret Castellanos que cuando dejamos “suelta” la mente, supuestamente “descansando”, es cuando más activa se muestra, sucediéndose ininterrumpida y caprichosamente los pensamientos. Por el contrario, mientras está focalizada en una tarea solo trabaja un área del cerebro específica y el resto están en reposo.

Comprendo ahora la sabiduría tradicional cuando afirma que “descansar es cambiar de actividad”, pues no hacer nada puede resultar terriblemente cansado, sobre todo si nos entregamos de cabeza al diálogo interior, “mareando” una y otra vez lo que nos preocupa.

Eso significa a veces retirarse (solo o en buena compañía) o entregarse de lleno a una afición que la cotidianeidad deja habitualmente relegada. Si releo mi lista de deseos pospuestos para un mejor momento, puedo plantearme si esta no será la ocasión propicia. ¿No decía que quería componer poesías, o meditar a diario, o hacer deporte, o aprender a pintar? ¿Y qué me lo impide ahora? Tal vez lo mismo que antes: la pereza de emprender algo nuevo, el temor a lo desconocido y el miedo a fracasar. Y mientras tanto no estoy haciendo lo que realmente quiero, por razones ridículas y sin peso real, meros prejuicios y limitaciones mentales.

Mi tendencia natural es priorizar las obligaciones frente a las “devociones”, poner por delante los deseos de los demás a los propios y, en caso de duda, renunciar en primer término al cuidado de mí misma. Pero ya he visto que eso no funciona así. Que genero resistencia a aquello que me planteo como “deber”, que me resulta más llevadero si lo tomo como un “querer” o si lo hago compatible con atender aquello que me llena y me hace feliz. Que muchas veces mis ideas son igual de buenas que las de los demás, y mi entorno puede incluso agradecer mis iniciativas. O que hay muchos planes para los que no necesito a nadie y no hace falta ir “en bloque” a todas partes para sentirse unido a otra persona. Y, por último, que si yo no me encuentro con buen ánimo, fracasarán mis intentos de “ayuda”, porque lo que sea que me proponga en favor del prójimo estará contaminado por mi propio malestar.

Así que me propongo hacer hueco este verano a diferentes inquietudes: dedicarme más a la pareja, la familia y los amigos; viajar para descubrir otras realidades que expandan mi visión del mundo; empaparme de cultura y naturaleza; cultivar mis aficiones y acometer algún proyecto apetecible. Y descansar en la acción, porque el desgaste no viene tanto de lo que hacemos, sino de cómo lo estamos haciendo: con prisa, remordimiento o impaciencia. De estar plenamente centrados en la experiencia y sacarle todo el jugo, porque ese instante concreto no se repetirá y está lleno de valor, y de gozo, y de riqueza. ¿Cómo quieres que sean tus vacaciones?