Si echas la vista atrás, ¿de cuántas cosas te arrepientes, cuántas decisiones equivocadas recuerdas, cuántas imprudencias cometiste? Y de todas ellas, ¿cuántas siguen siendo una piedra en tu mochila? Somos implacables con nosotros mismos. Odiamos defraudarnos. Cuando esto ocurre, la culpa, la tristeza y la debilidad nos invaden.
A veces tanto, que somos incapaces de perdonarnos y seguir adelante. Pensamos que merecemos ser castigados, no disfrutar del presente ni del futuro y nos convertimos en nuestros primeros boicoteadores.
- Habla o escribe con honestidad y objetividad sobre lo que ocurrió. Significa darle forma a lo que pasó con sinceridad, no tal y como lo llevas interpretando y juzgando cada vez que lo recuerdas.
- Deja de juzgarte y deja de generalizar. Que hayas cometido un error no significa que seas una persona horrorosa ni que vayas a repetir ese error para toda tu vida.
- Si puedes, repara el daño. Una manera de sentirnos en paz con nosotros mismos es, además de pedir perdón, reparar el daño. Se trata de tener un detalle con la persona.
- Si el otro no te perdona, acepta el error y perdónate tú. Ya has sufrido lo suficiente ahora toca aceptar “me equivoqué y lo siento en el alma, pero tengo que cerrar esta carpeta”.
- Recuerda que eres tu amigo. ¿Qué le dirías a tu amigo si estuviera pasando por una situación similar? ¿Lo hundirías con mensajes como los que te dices a ti mismo?
- Saca un aprendizaje positivo. Lo ocurrido no tiene vuelta atrás, ¿pero podrías anticipar o tener alguna estrategia que te permita actuar de otra manera si volviera a ocurrir?
No somos más felices ni aprendemos mejor cuándo nos machacamos con el pasado. Todo lo contrario. La tristeza, la culpa y el remordimiento, al hacernos sentir fatal, solo pueden provocar que caigamos en la rabia, en hábitos de vida poco saludables y gestionemos nuestra vida desde el lado oscuro.