CURSO DE DINAMIZADORES
Parece que fue ayer cuando llegamos
al TE, a algunos nos tenían que abrochar el babi y los cordones de las
zapatillas, en mi caso se encargó de hacerlo Cinthia y su luz.
Nos sentábamos en círculo, eso se ha seguido manteniendo a lo largo de los cursos, pero en aquellos primeros días cuando faltaba el aire, ese círculo parecía un agujero negro por el que deseabas desaparecer.
En la mesa siempre había una caja de
pañuelos para un hipotético “por si acaso”, que al final era “casi siempre”.
Con el paso de las clases hicimos los
primeros amigos, y el final de curso se celebraba con una excursión a la
cocina, entre aperitivos, dulces varios y brindis “por nosotros”, unos
desconocidos con más cosas en común de las que se preveía.
Nos matriculamos en más asignaturas.
Está claro que la Inteligencia Emocional siempre superará a la Inteligencia
Artificial, por eso Piedad tenía para todos los problemas, cafés.
Pensando bien nos sentimos mucho
mejor, gracias a los “para qué” de Mercedes y a los abrazos de Maite, que son
casa.
La vida son momentos, o eso nos enseña
Carmen anclándonos una y otra vez al instante presente a través de la
respiración. Es urgente salir del piloto automático y alcanzar la atención
plena, eso sí, con mucha compasión con nosotros mismos.
La vida siguió. Tras muchas
lecciones, caídas y deberes para casa, llegaron los intensivos.
Y hasta tuvimos un viaje de fin de
ciclo a Salamanca. Sin duda en su Plaza Mayor se asimilaban los conceptos con
mucha más claridad.
Con Juan llegaron los mandatos, los
motivos para vivir, el cambio sin cambio, y que el perdón es para uno mismo y
los límites para cuando sean necesarios.
Mientras íbamos al encuentro nos
encontramos con padres con poco niño y nada de adulto, niños rebeldes y adultos
ausentes y todos, dentro de la misma persona. Análisis transaccional lo llaman.
Por otro lado, había persecuciones,
unos salvando a otros que no querían ser salvados y las víctimas quejándose.
Netflix en estado puro. La solución, volver al niño natural, hemos venido a
jugar, a jugar y a mover el culo.
Con tanto lío nos pilló hasta una
pandemia.
Y ahora, más mayores, más sabios y
con la misma ilusión terminamos el último curso bajo la mirada entusiasta de
Marieli, que nos veía como un regalo, sin saber que, gracias a su buen hacer,
las semanas empezaban en martes y sus enseñanzas quedarán en nosotros hasta el
infinito.
Ya sabemos que los pañuelos
consuelan, que los círculos acogen y el café cambia la perspectiva de los
problemas. Sabemos que nos conectan hilos verdes, y que esto no va de que sólo
puede quedar uno, si no de que seamos todos para uno.
Con la esperanza alerta por si hay
algún babi o algún cordón desabrochado y doctorados en escucha, acogida, no
juzgar y validar emociones, emprendemos un nuevo viaje por este presente
continuo que llamamos Vida.