sábado, 20 de abril de 2024

sábado, 20 de abril de 2024

Abundancia

Vivir para contarlo
Ana Cristina López Viñuela

ABUNDANCIA

Hoy salí al campo. Es primavera. El aire huele a miel y a flores. Cuando contemplo los infinitos brotes que nacen de los árboles antes desnudos, las margaritas y dientes de león que inundan los campos verdes, la exuberante vida que renace… comprendo la satisfacción del Creador cuando vio la bondad y belleza de cuanto había creado.

Con solo abrir mis sentidos a la Naturaleza basta para que me invada con su apabullante vitalidad y riqueza. Me maravillan los paisajes, las plantas, los animales… todo lo que se encuentra en el planeta Tierra y en el universo infinito. Pero especialmente los seres humanos: el ajustado mecanismo de sus cuerpos, su habilidad e inteligencia, su capacidad para sentir, amar, crear y conectarse, su espíritu.

Y, sin embargo, a veces comienzo la mañana con las orejeras puestas y solamente alcanzo a percibir lo feo, lo malo, lo insuficiente. El día nublado, el cansancio, las ojeras, las preocupaciones, los agobios de trabajo, los defectos de la gente, el roto en el calcetín, las impertinencias, el dolor de cabeza, las renuncias, las exigencias, las prisas… Me siento infeliz y pobre, llena de carencias, anhelando un no sé qué que me falta.

Deseo despertarme de esa pesadilla triste, arrancarme esos filtros que opacan la realidad y no admiten más colores que una limitada gama de grises, diluyen los aromas y sabores deliciosos hasta convertirlos en insípidos reflejos de sí mismos, e interpretan como ruido disonante las melodías y como agresión el contacto de la piel.

Si fuera un árbol no me cuestionaría ni a mí, ni a mi función. Me dejaría nutrir por el suelo, el sol y el aire, tomaría lo que necesito para crecer y no más, no “competiría” por mi espacio o mi lucimiento, no desearía “ser mejor”. Daría sombra y cobijo a quienes se refugiaran bajo mis ramas y los alimentaría con mis frutos, con inconsciente generosidad. Si fuera un manzano no anhelaría ser naranjo, o pino, ni reservaría mis manzanas para mí sola, negándome a devolver a la naturaleza lo que de ella he recibido por miedo a no tener bastante.

¿Por qué tendría que ser tan distinta a un árbol? ¿Por qué no acepto cómo soy, con mis necesidades y limitaciones, pero también con mis cualidades y buenas acciones, con una valía intrínseca e independiente del “éxito” alcanzado? Después de toda una vida tratando de ajustarme a un ideal de perfección tan raquítico como inalcanzable, cada vez estoy más convencida de que no tengo que esforzarme por alcanzar la plenitud, porque esta habita dentro de mí desde la misma concepción. Igual que les ocurre a todos los demás, tú incluido. Si escucho esa voz interna y actúo en coherencia con mi propio ser, nutriéndome de lo que me rodea sin remordimientos y repartiendo mis frutos sin tacañería, tal vez encuentre sentido a mi existencia.

Hoy salí al campo. Es primavera. El aire huele a miel y a flores. Acepto con gratitud el soporte amoroso de la tierra, la caricia silenciosa del sol y el aliento vital que me rodea. Las hierbas silvestres mullen mis pies con delicado frescor. Los árboles, mis amigos, dejan caer sus brotes sobre mí, bendiciéndome. Danzo inmóvil la armonía y canto en silencio la felicidad. Me hago consciente de mi infinito valor de criatura, pues por mis venas corre savia de vida y energía de creación. ¡Cuánta belleza cabe en un ser humano! ¡Cuántas esperanzas en la Humanidad! ¡Qué fácil ser pródiga en frutos generosos cuando tu corazón se sabe rico y abundante!