TALLER DE MEDITACION
Caos. El claxon del automóvil, al cruzar el paso de cebra, penetró en mi tímpano como un chile picante en la garganta a palo seco. Indiferencia. Un pequeño precio a pagar por llegar al Taller cinco minutos antes. Obligación. Ella así lo decía, desde el primer momento, así os vais conociendo y aprendéis vuestros nombres. Vergüenza. A día de hoy no recuerdo el de todos.
Alboroto. Dejamos los abrigos, paraguas, bufandas, un intercambio rápido de palabras cliché y nos sentamos en las sillas. Sosiego. Ella siempre está allí. Sin saber, aunque lo sabe, nos hace hablar del niño que fuimos, de la Vida, de quién nos dirige, de aquello que encerramos. Afrontación. Meditación.
Me coloco con la espalda recta, sin tensión, labios entreabiertos con un hilo de aire, hombros y brazos relajados. Siento que las plantas de mis pies echan raíces, oscuridad, estar atada, los tentáculos de un pulpo me rodean. Sigo adelante. Oigo un trino, el viento. Me lleva al cielo. Claridad. Su voz. Pausada. Respiro con lentitud. Sigo su voz.
El arrullo de un reguero entre las piedras gastadas de una ladera. Así suena su voz. Tic. Toc. Tic. Toc. Salto de aguja en aguja. Vestida de frac. Llevo una chistera. Un carillón. Cinco veces mi tamaño. Suficiente para sujetarme. Mi peso. Esta semana he comido demasiado. Me aprieta el pantalón. Una docena de latidos a mi alrededor. Vuelve. Acéptate. Su voz. Ahora. No importa nada más. Sé Consciente del Ahora. Calma.