LA FALSA VIRTUD DE LA RENUNCIA
Recuerdo la cara de sorpresa de mi padre cuando al corregir las respuestas de un test sobre el amor publicado en una revista, le dieron como incorrecto afirmar que “se sacrificaba” por los suyos. En poco se diferenciaría de mi expresión cuando leí en El camino del artista que la abnegación es una falsa virtud, que tiene más de miedo al rechazo que de excelencia moral.
Muchas personas, dice Julia Cameron, «se sabotean con frecuencia sólo por ser amables. Esa falsa virtud tiene un coste tremendo. Muchos de nosotros hemos hecho de la privación virtud. Hemos abrazado un largo padecimiento […] como si fuera la cruz de un martirio, que hemos utilizado para alimentar una falsa sensación de espiritualidad basada en ser buenos, es decir, superiores». No deja de ser arrogancia farisaica el pensar que nuestras acciones nos hacen merecedores de la gracia, como si Dios, la Vida, la Naturaleza fueran unos tacaños que no tuvieran abundancia de dones gratuitos para todos y los tuvieran que repartir en justicia, según el esfuerzo desarrollado por cada uno para cumplir ciertos preceptos, ritos o sacrificios. Y solo nos sentimos satisfechos de recibir cuando nos lo hemos ganado dando.
«Mucha gente atrapada en la trampa de la virtud no parece autodestructiva a simple vista. Volcados en ser buenos maridos, padres, madres, esposas, profesores, lo que sea, han construido un falso yo que se presenta al mundo con buen aspecto y encuentra aprobación. Este falso yo es siempre paciente, está dispuesto a aplazar sus necesidades para satisfacer las necesidades o las demandas de otros». A eso lo llamamos ser buena persona, pero no deja de ser una traición a nuestro niño interior, que sabe a la perfección lo que le gusta y es capaz de decir no a los demás para decirse sí a sí mismo. Pero ese yo natural es consciente de que a su entorno no le va a resultar tan agradable como el construido a medida de las expectativas ajenas, y si deja de ser tan majo se expone a la crítica de los que se están aprovechando de su actitud.
La consecuencia es disociarnos cada vez más de nosotros mismos: de tanto olvidar nuestros sueños y postergar nuestros anhelos, nos convertimos en unos extraños que “están” pero “no están”, dejamos de disfrutar de los regalos que recibimos cada día y no aprovechamos las oportunidades que se nos brindan, porque creemos que la renuncia en favor del prójimo nos “ennoblece”, cuando solo nos está quemando la espontaneidad y agriando el carácter.
En algunos ambientes, la idea de que renunciar es “mejor” que seguir tus deseos, como si estos hubieran de ser perversos y “egoístas” por naturaleza, se convierte en una noción tan arraigada que parece inscrita en el ADN. Y la insatisfacción que se mama con la leche materna pasa de padres a hijos en forma de expectativas frustradas, que se espera que otro lleve a cabo, cuando en realidad formaban parte de su destino personal, que no se hereda de una a otra generación.
¿Somos tú y yo autodestructivos, como dice Julia Cameron? Ábrete a descubrir qué necesidades te estás negando. Para ello puedes responder a vuela pluma, sin pensarlo mucho, a las siguientes preguntas: ¿Qué haría yo si hacerlo no fuera tan egoísta o una locura?, ¿Qué alegrías me tengo prohibidas?, ¿Cuáles son mis deseos? Y comprobar si tu yo verdadero, que te has dedicado a destruir sistemáticamente, aún sigue vivo por debajo de los escombros y puedes rescatarlo del olvido. Descubrirás que está lleno de amor, suficiente para sí y para compartir, desde la abundancia y no desde la privación. Desconfiar de tus instintos es dudar del Creador, que al contemplar su obra «vio que era buena». Por eso no es egoísta atender a eso que te sale naturalmente de las entrañas, porque es la voz del Creador que te habla de cuál es tu lugar en el mundo, de tu dignidad innata y de la hermosa vocación a la que has sido llamado.