sábado, 7 de octubre de 2023

sábado, 7 de octubre de 2023

Mejor hecho que perfecto

Vivir para contarlo
Ana Cristina López Viñuela

Desde que me han operado de cataratas, de repente se han hecho visibles los pequeños desconchones en las paredes, las grietas sutiles en los muebles y la suciedad escondida en los rincones, que antes me pasaban desapercibidos, y me encontré con la “necesidad” de realizar algunas reformas, porque ya no me sentía a gusto en mi propio hogar. Lo mismo me ocurre cuando me hago consciente de algunos elementos de mi personalidad o de mi vida que tal vez me han servido hasta este momento, pero ahora comprendo que no me bastan.

Con respecto a la casa, lo primero que hice fue dar parte al seguro para que se ocuparan de reparar las humedades que habían salido hacía meses en dos habitaciones. Ya había dado aviso antes, pero me había “resignado” a que no me hicieran caso. Lo cierto es que cuando mostré interés verdadero en dos días estaban las estancias pintadas, ordenadas y pulcras, porque valoré la llegada del profesional como ocasión para una limpieza en profundidad. Algo parecido me sucede cada vez que me he embarcado en algún curso, taller o acompañamiento personal, que no solo me ayudan en un aspecto concreto, sino que han supuesto un impulso general de mejora, pues una toma de conciencia lleva a otra, produciéndose cambios muy notorios al final.

Una vez solventado “lo gordo”, pensé en arreglar algunas finas melladuras que habían salido en las puertas. Carmen, mi peluquera, que es muy “manitas”, me habló de una masilla para maderas estupenda y barata; la compré y me puse manos a la obra. Siempre me he dicho (y me han corroborado) que soy bastante “manazas”, lo cual me disuade a veces de abordar este tipo de trabajos, pero me puse a ello y fui adquiriendo pericia con la práctica, de forma que el aspecto de las puertas mejoró notablemente aun sin merecer la calificación de “primoroso”. Eso me ha reforzado en la idea de que lanzarse es el primer paso para cualquier cambio, físico o psicológico, puesto que ya vencida la inercia inicial es más fácil ir buscando soluciones a los problemas que vayan surgiendo. Por ejemplo, cuando me he comprometido a desarrollar una actividad he encontrado la forma de irme organizando para sacar el tiempo necesario y, en el peor de los casos, fallar solo algún día aislado, pero si no me pongo en marcha se quedará irremediablemente en mera intención.

No obstante, si en lugar de emprender una tarea a mi alcance, aunque me exija emplearme a fondo, me hubiera empeñado en alguna obra “faraónica” o en iniciar cinco reparaciones a la vez, que tentada estuve, solo hubiera obtenido agobio y sensación de fracaso. Igual me sucede en la labor de desarrollo interior si me la planteo en términos de “todo” o “nada”. Se puede llegar muy lejos dando pasitos cortos, pero constantes y bien dirigidos. Pero si la meta que me propongo está demasiado lejos, probablemente me desanime y abandone pronto, cuando tal vez hubiera sido un objetivo viable si lo hubiera afrontado gradualmente.

Hace tiempo que he asumido el lema “Mejor hecho que perfecto”, que me ha llevado a acometer proyectos que antes habría pospuesto o evitado, acoquinada por el miedo al error, el fracaso o las críticas. Me planteo entonces: ¿si no lo hago yo, como sé y puedo, va a venir otro a hacerlo mejor? Muchas veces es preferible actuar aquí y ahora, que esperar a la persona, el momento, la circunstancia óptimos, que probablemente nunca se den. Sería una lástima que algo bueno no llegue a materializarse, porque quien podía efectuarlo se autoconvenció de que no merecía la pena ponerse a ello sin tener la seguridad de que le iba a salir impecable.