
He estado descargando en mi ordenador las fotos acumuladas en mi móvil del año pasado y entre ellas estaba ésta.
Recuerdo el día perfectamente, estaba con uno de mis sobrinos jugando en la playa, tratando de dejar nuestra huella en la arena. Nuestro reto era comprobar cuantas olas eran capaces de aguantar. Marcamos nuestras pisadas poniéndonos de puntillas, calcando los talones, dando saltos para caer haciendo un mayor agujero, pero, por más que insistimos en profundidades y formas, un solo vaivén del agua bastaba para borrarlas.
El poder y la integridad del mar puede con todo ajeno a su voluntad y esencia.
He de confesar que en mi vida me he cruzado con algún “personaje” revestido con piel de cordero erigiéndose en adalid de la interpretación de la vida, líder en experiencias vitales, conocedor de técnicas espirituales, ansioso por definir tu vida de acuerdo, eso sí, a sus principios.
Son personas con ganas siempre de estar en la cúspide de cualquier iniciativa, de sentirse líderes, necesitan adulación, carecen de auténtica modestia, buscan insistentemente en los demás el adjetivo que les magnifique…. En resumen, tratan como nosotros en la playa, de dejar una huella perdurable, buscando esencialmente engrandecer su gran EGO.
Hay gente que sucumbe a sus encantos, otros con el tiempo rectifican y aprenden de la vida.
Yo, soy solamente mar.
Ahí lo dejo…