sábado, 25 de marzo de 2023

sábado, 25 de marzo de 2023

Conócete a ti mismo

Vivir para contarlo
Ana Cristina López Viñuela

En el pronaos del templo de Apolo en Delfos se podía leer la inscripción “Conócete a ti mismo” en letras doradas, o al menos eso decía Pausanias. No sé si esta frase la dictaría alguna Pitia, inspirada por Apolo o simplemente intoxicada por los efluvios de una falla geológica. O si el autor es uno de los sabios de Grecia, pues se le ha atribuido a Heráclito, Tales, Sócrates, Pitágoras y Solón. Pero sea quien sea el “iluminado”, expresa una gran comprensión de la realidad.

En la sala donde se encontraba la sacerdotisa se llegaba a decir: “[…] si no hallas dentro de ti aquello mismo que buscas, tampoco podrás encontrarlo fuera. […] En ti se halla oculto el Tesoro de los Tesoros. Humano, conócete a ti mismo y conocerás el universo y a los dioses”.

En un primer nivel de lectura, parece obvio que es más sabio buscar el porqué de nuestras reacciones en nosotros mismos, en lugar de echar balones fuera y atribuir a fuerzas externas, ya sean divinas o humanas, la culpa de lo que nos “va mal”. Y que sin ser conscientes de nuestras necesidades, sueños, potencialidades y limitaciones no es probable que lleguemos a buen puerto en ninguna de las aventuras que la vida nos proponga o nos imponga.

Pero creer que uno “se conoce a sí mismo” puede convertirse en un obstáculo para aceptar el devenir de la vida y hacer las paces con valores constantemente cambiantes. “Una oruga que busca conocerse a sí misma, nunca se convertirá en mariposa” decía André Gide, queriendo indicar que si funcionas en piloto automático, dejando que te gobiernen tus prejuicios y sin cuestionarte tus convicciones, harás lo que piensas que encaja en el tipo de persona que crees que eres y dejarás de hacer lo no se ajusta a tu imagen de ti mismo, aunque ello genere una contradicción interna entre lo que te gusta y tu forma de actuar. Hay que ir más a lo profundo para que ese aforismo adquiera verdadero significado.

“Sapere aude”, ‘atrévete a saber’, decía Horacio y repetía Kant, sin miedo a lo que puedas descubrir dentro o fuera de ti. Mi experiencia personal me ha hecho perder temor a la indagación en mis sombras, que han resultado no ser tan terribles, ni tan vergonzosas como me imaginaba. Cuando te aceptas de antemano y das por bueno lo que te puedas encontrar, admitiendo tu nivel de conciencia actual y no intentando fingir que te acoplas perfectamente (o al menos te aproximas) al ideal de persona que tienes en la cabeza, inculcado por otros y “customizado” por ti, es cuando estás más cerca de conocerte de forma auténtica. Como si fueras otro, con la distancia de un observador curioso y compasivo, y no de un juez amargo, o de un “hooligan”, que cree que tiene algo que demostrar, o que defender, o que hacer entender.

Esa misma mirada sonriente, dirigida hacia el exterior, es capaz de dar sentido a lo que visto desde el ego no lo tenía. Y de acoger a los demás como son, sin tratar de cambiarles, ni de convencerles, ni de sojuzgarles. Al mismo tiempo que profundizo en el autoconocimiento estoy aprendiendo a amarme de forma incondicional y a valorar a los que me rodean, sin dar tanta importancia a los fallos, las limitaciones y las diferencias, sino a aquello que compartimos, lo que nos hace humanos, “el Tesoro de los Tesoros”. Y  aunque me quedan muchas leguas por recorrer hasta alcanzar la fuente de la Verdad, disfruto con agradecimiento de esos momentos en los que se me permite refrescarme en sus aguas y calmar momentáneamente la sed.