sábado, 12 de noviembre de 2022

sábado, 12 de noviembre de 2022

Lo que soy serás

Vivir para contarlo
Ana Cristina López Viñuela

No puedo quitarme de la memoria esa mirada. La de mi padre sentado en la silla de ruedas, en la calle, justo antes de entrar en esa ambulancia de la que no salió vivo. La de mi hermano, cuando en el hospital estaba diciendo con la boca “Gracias” y con los ojos “Adiós”. Una mirada serena pero asustada, llena de dolor y de esperanza, que penetraba a través de mis pupilas para encontrar un hogar en mi corazón.

Se superponen en mi recuerdo instantáneas de distintas personas… Y salvo por algunos rasgos físicos concretos o por pequeñas variaciones en el escenario en que fueron tomadas, en todas ellas me veo a mi misma. Me viene a la mente, como una música de fondo, el aforismo Lo que eres fui, lo que soy serás, como un estribillo reconocible y machacón.

Me reconozco en tantos niños y niñas, algunos en imágenes recientes y otros en fotos en blanco y negro, desgastadas por el tiempo. Son distintas las ropas, pero no la inocencia, ni la necesidad de amor. También las inquietudes de la juventud y el poso de la madurez, el amor, la pasión y el sufrimiento traspasan el papel y perduran en un único instante eterno.

Casi no necesito imaginación para sentir con los ojos cerrados cómo mi piel se llena de arrugas, la carne cuelga flácida y las venas forman cordillera en mi cuerpo. El aliento probable de la vejez se hace presente en cada instante de vida, formando parte de él. La seguridad de la decadencia y del fin dan sentido al vigor de la sangre y profundidad al momento, sintiendo la urgencia de saborear con fruición cada experiencia. Carpe diem “atrapa el día” decía Horacio, collige virgo rosas “corta las rosas, doncella” cantaba Ausonio y Garcilaso nos exhortaba en su famoso soneto: “coged de vuestra alegre primavera el dulce fruto”, todos ellos reflejando en sus poemas ese apremio por exprimir la vida y sacarle todo el jugo.

El hilo del tiempo discurre en sucesión irregular y siempre sorpresiva, enhebrando el dolor y el placer, la dicha y el llanto… pero se anuda en ciertas situaciones, en las que confluyen lo mío y lo nuestro, poniendo de relieve lo más profundamente humano, que nos une en un único ser vivo, cuya respiración envía oxígeno a cada pulmón individual.

Quienes han sido testigos del tránsito de una persona hablan de cómo es perceptible el momento mismo en que el cuerpo queda deshabitado, pero el alma sigue en la habitación. Sin ser médium, ni poseer cualidades místicas, más de uno hemos sentido presencias calladas, invisibles pero cercanas, que nos consolaban de la ausencia física de nuestros seres queridos. Pero sólo nos atrevemos a hablar de ello en susurros confidenciales para no parecer unos trastornados que imaginan la realidad de sus anhelos.

Creo que la vida y la muerte forman una unidad indivisible y que cuando se niega una, la otra se oscurece. Y que para disfrutar plenamente del instante hay que ser consciente de su fugacidad. Tempus fugit “el tiempo huye”, escribió Virgilio. Porque solo existe el momento presente, ¡y es tan fácil dejar que se nos escape como el agua entre los dedos !.