
Hace mucho que no juego al “teléfono escacharrado”, que consiste en que una persona dice una frase al oído de otra, por ejemplo “Me he torcido el tobillo”, y tras pasar por varias bocas y orejas, la última persona del grupo pronuncia en voz alta lo que ha entendido, que lo mismo puede ser “He oído cantar un grillo” que “Me corté el pelo a cepillo”, pero en cualquier caso no suele tener mucho que ver con lo dicho inicialmente.
El otro domingo recordé el juego, conversando con una amiga en un tramo del Camino Olvidado a Santiago, porque le conté algo de lo que había escuchado en una jornada que había tenido lugar en Roxos el fin de semana anterior acerca del acompañamiento en el duelo (imagino que con cortes y añadidos, porque la memoria es muy frágil) y, sin embargo y para mi sorpresa, me agradeció que le hubiera dicho exactamente las palabras que necesitaba escuchar en ese momento. Obviamente me puedo atribuir muy poco mérito personal, únicamente el de estar en los dos lugares y haber servido de incierto hilo transmisor entre Raúl y Ana, de manera aparentemente fortuita.
A veces siento que la vida me utiliza para transmitir mensajes y que solo con estar abierta a la escucha y disponible para las personas, ya basta para cumplir la misión.
Cuando regresé a León después de terminar mis estudios, ya que estaba en paro decidí aprovechar para aprender mecanografía, aunque no era una habilidad que me hiciera falta de forma inmediata y apremiante. Sin embargo, quince años más tarde necesité ese aprendizaje para sacar la oposición y no hubiera tenido tiempo para adquirir destreza si no hubiera contado con esa base.
Algo parecido me sucedió con tantas clases de yoga y meditación, talleres de crecimiento personal, jornadas de autoconocimiento… que a veces parecen una pérdida de tiempo y dinero, pero demostraron su utilidad mucho después, cuando pasé por momentos difíciles y me encontré con recursos para superarlos con los que no creía contar. O cuando me sirvieron para acompañar a otras personas que acudieron a mí en buscar de ayuda u orientación.
Nada me produce tanta satisfacción como darme cuenta de que alguien que me saludó cabizbajo y nervioso, se despide de mí contento y lleno de vitalidad. No tengo las ínfulas de achacar esos cambios a mí misma, pero si la vida se ha servido de mí para transmitir paz y alegría a otros, no puedo más que sentirme agradecida. En esos momentos percibo la responsabilidad de seguir formándome, en la confianza de que mi crecimiento personal influye positivamente en mi entorno, además de beneficiarme yo.
Para no ser un “teléfono escacharrado” sino un modelo de última generación, necesito tener suficiente cobertura para captar la sintonía en que la vida está transmitiendo y poder transmitir los mensajes que me dicta de forma clara e inequívoca, sin interferencias del yo. Si nos vamos uniendo unos a otros en este empeño, seguro que pronto formaremos una red invisible pero tangible, capaz de recogernos cuando demos un traspiés y necesitemos una urdimbre recia que nos permita volver a impulsarnos hacia arriba.