martes, 17 de mayo de 2022

martes, 17 de mayo de 2022

Herencias

Yo y mi circunstancia
Juan

Opino que las herencias no deberían existir. Me explico. Cuando estás deseando heredar algún bien de tus padres, abuelos, tíos u otros familiares, en tu subconsciente estás deseando que mueran pronto. ¡Qué barbaridad dices! Barbaridad ninguna. Piénsalo un poco fríamente. 

Hay muchas personas que con todo el lío de crisis contra-crisis y las subidas de precios generalizadas de todo lo básico lo están pasando realmente mal. Antes decíamos eso de ‘A ver si me toca la primitiva’, pero te has dado cuenta ya a estas altura que por más dinero que no tienes y que inviertas en la suerte no te toca o toca siempre ‘a los mismos’. Entonces te dices: ‘Qué bien me vendría heredar ahora la casa, las fincas o la pasta de mis padres o de mis tíos solteros’. ¿Eso no es desear la muerte prematura de alguien? Tranquilo, además del cáncer que no cesa (no interesa pues es un gran negocio) últimamente hay mucha gente que muere de ‘repentinitis’: infartos, derrames, ictus… “¡Pero si estaba bien! Si hablé con él hace pocos días”. Ya, pero cascó. A que tú también te has dado cuenta. Dejemos ahí el tema.

Mis padres heredaron de los suyos tierras de labranza, demasiada tierra que les convirtió en esclavos absolutos de ella y en parte también a los cuatro hermanos que teníamos que colaborar para sacar adelante el ‘capital’: viñas, vacas, sementera, verano…. Dios qué veranos aquellos en los que empezábamos en el pueblo de mi madre a segar, apañar, acarrear, trillar, limpiar el grano y meter la paja, y a renglón seguido cogíamos todos los ‘bártulos’ y nos íbamos a empezar de nuevo al pueblo de mi padre. En Castrotierra de Valmadrigal éramos los primeros en empezar y en acabar; en Villeza éramos los últimos en todo, para gran disgusto del impaciente abuelo Nazario. Tanto esfuerzo al final se paga con prótesis de rodilla, caderas, hernias discales, marcapasos, tensión disparada… Es decir, pasando por el taller demasiado a menudo.

Y me reafirmo en lo de que no deberían existir las herencias en la creencia absoluta de que cada uno, al llegar a la etapa de la jubilación si es que llega (en este panorama sanitario actual cada vez es más improbable), debería estar obligado a ‘fundir’ todo lo que tuviera: dinero, pisos, tierras, coches… Y que los hijos (si los hubiera, porque aquí también se ha impuesto la moda de que es mejor no tener hijos para poder realizarte mejor y también en favor del medio ambiente) se busquen la vida, partan de cero, trabajen si es que pueden, ahorren, si es que pueden y quieren, pero que no cuenten con una ‘riqueza’ que les llega de balde, como llovida del cielo. Ya heredamos los genes, los buenos, los malos y los regulares. Con eso nos sobra.

¿Y cuántas familias no conoces que se han roto por culpa del reparto de las dichosas herencias? La mayoría de los casos por repartir miserias, migajas, no por riquezas de gente pudiente (unos cada vez más pudientes y otros cada vez más paupérrimos). Entiendo que es muy complicado hacer valoraciones, lotes iguales, con lo que a alguien le toca ceder en alguna parte, ser generosos con los hermanos o los primos para que no proliferen las temidas envidias. O no. Esta vida nos enseña a no ser generosos con nadie, menos con nuestra los nuestros. El egoísmo es lo que impera en la jungla del Planeta Tierra.

Claro que da seguridad tener un piso en propiedad (aunque sea con una hipoteca que te ata y te esclaviza de por vida a un avaro y miserable banco de crédito) y unos cuantos miles de euros en la cuenta corriente. Pero piensa de pronto que la muerte te anda acechando… No pensarías en el final del poema ‘Retrato’ de Antonio Machado (1906) cuando decía: “Cuando llegue el día del último viaje, y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, allí me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo como los hijos de la mar”.

Asín sea.