Estando de paseo por el pueblo con la familia me iba encontrando con distintas estructuras y diseños de bodegas.
Unas eran grandes y toscas, otras sencillas, ornamentadas, pequeñas, abandonadas…
Creo que las casas, pisos, viviendas o lugares donde se reúnen personas en general no dejan de ser otro reflejo de lo que la persona o personas que en su construcción participaron querían reflejar.
También pienso que es distinto estar en un piso, casa, lugar en el que hay cuatro paredes… que en un hogar.
El hogar lo envuelve todo, es ese sitio donde uno se encuentra acogido, se respira calidez. Es un espacio seguro, un espacio en el que te puedes encontrar otros pequeños espacios donde la vida descansa, y con esto no me refiero a vida de ajetreo si no a vida de sencillez, de bienestar, de juegos, abrazos, llantos, conversaciones y silencios… un lugar donde estar, sencillamente estar.
En ese paseo del que hablaba al principio vi una bodega que llamó especialmente mi atención. Es la de la fotografía. A mi parecer me resulta que está abandonada porque el jardín está descuidado, el cristal de la ventana superior está inexistente, la fachada tiene desconchones… pero lo que más captó mi atención fue la figura que se ve arriba a la derecha. La del niño solitario, con los brazos elevados y gesto serio rodeado por ese muro. Encasquetado.
Esto confirmaba mi sospecha. Ese niño o niña, no lo sé, había sido abandonado.
Me pregunto con qué intención alguien quiso reflejar esto.
Me entristece saber que en tantos puntos del planeta, en un mismo instante hay niñas y niños que por las distintas situaciones en las que se ven sumergidos sin ell@s elegir se encuentran aislados, rígidos, con cara de circunstancia, sin casi espacio para poder moverse…
Como los adultos, nosotros tan resabidos, no caemos en la cuenta de que esos seres diminutos están encarcelados en sí mismos, que no saben cómo expresar lo que están sintiendo porque ni les escuchan, ni les ven y lo más horrible de todo… molestan.
Como esos niñ@s aprenden a defenderse de su realidad de mil y una formas distintas, la mayoría de ellas desembocando en dolor.
Y los adultos nos resignamos a seguir mirando y nos quedamos en decir que es un bala perdida, que solo se mete en problemas o que a este niño no hay quien lo controle.
No somos capaces de ver que esa persona nos está pidiendo ayuda, que con esos mecanismos de defensa con los que se revuelve y en los que se siente encorsetado no son más que llamadas de auxilio.
Pero claro… preferimos no verlo, y mucho más no sentirlo porque es más “fácil” vivir desde ahí.
Las casas, como todo lo demás en nuestro alrededor son un reflejo de nosotros mismos.
Por lo que desde aquí invito a que no nos quedemos con lo superficial de un espacio, que no miremos únicamente lo bonito o feo que es un objeto decorativo, si el color de las paredes se acerca o no suficiente a nuestro ideal de belleza… prestemos más atención a los pequeños detalles que nos inspira una estancia, y mirémoslo de frente porque… seguramente si miramos con una óptica precisa veamos que hay más abandono, tristeza y encarcelamiento emocional del que se ve a primera vista.