Desde siempre una de las máximas aspiraciones del ser humano fue volar, imitar a las aves para experimentar una de las mayores sensaciones de libertad que sobre el suelo es imposible sentir.
Dirigible, aerostático, globo, avión, avioneta, helicóptero, ultraligero, paracaídas, ala delta, etcétera, etcétera. Hasta dicen que han salido personas al espacio exterior en unos cohetes que echan humo y que han aterrizado en satélites y en planetas lejanos. No te digo ni que sí ni que no.
Mi primer vuelo lo hice en avioneta el 8-6-86 (domingo) de Madrid a León ida y vuelta. Fue maravilloso porque la aeronave era de un amigo, la pude pilotar desde Medina de Rioseco hasta Sahagún siguiendo la estela de chopos del río Cea, tuve esa sensación de controlar ‘mis’ alas, pero sobre todo pude pasar por encima de mi pueblo, ver y fotografiar a mi madre en el tendedero de la ropa, a mi padre con la cuadrilla tomando el vino en las bodegas y a otros cuantos del pueblo que salieron a saludar a la puerta del bar del Quinceta. Hasta ese momento no sabía que desde el aire no hay cuestas, que desaparece el relieve, el 3D. Aterrizamos botando en León en una pista militar con permiso excepcional para aviación civil que era un auténtico patatal lleno de piedras. Visita fugaz a mi hermana en el hospital, comida rica en un bar típico del Barrio Húmedo y de regreso a Madrid. Inolvidable e irrepetible. Gracias Carmen y Federico.
Después vendrían varios vuelos en avión comercial, dos de ellos transoceánicos. Me pareció, y aún me parece increíble, que aquel pedazo de aparato se mantuviese en el aire sobre el Atlántico durante 10 horas o más.
Después volé en ultraligero. Aquí sí que la gocé de lo lindo. Pude estar a la altura de dos milanos reales y pasé por encima de una cigüeña común. Cuando estábamos arriba el piloto paró el motor sin previo aviso, pero no fue para que me acojonara, que por cierto casi me cago, sino que lo hizo para escuchar el silencio que se percibe a esa altura. Definitivamente mágico.
Mis dos vuelos en helicóptero fueron también para el recuerdo. El primero de ellos, en Inglaterra, un capricho cuando visité una feria de cetrería en 2006 con otros 11 amigos. Qué prados, qué verdor, cuántas vacas cuyos pedos están acabando con la capa de ozono (¡ay Señor, cuánta ignorancia y ‘peda’ntería!). Ahí sí que se dejaron sentir de verdad los baches de las corrientes térmicas que utilizan las aves para ascender ‘de gratis’. Y la segunda fue con el helicóptero privado de mi amigo el televisivo Jesús Calleja, tan famoso y millonario de hace unos años para acá, un regalo de esos que da el rubito a los de los pueblos del programa ‘Volando voy’. Volar a ras del río espantando patos/ánades o por encima de una chopera verde que simula un mar con las olas que hacen las hojas al rebufo de las hélices. Bueno, también hizo alguna que otra cabriola de las suyas por las que le obligué a aterrizar antes de que le echara la pota encima, porque Jesús parece bastante comedido en la tele, guarda demasiado las formas para lo cabra loca que era y que sigue siendo a día de hoy. Aun así, gracias Jesusín, gocé y sufrí a partes iguales, pero mereció mucho la pena y ya sé que el combustible de la avispa anda caro de narices.
Pero aún me quedan sueños aerocelestes que cumplir. No he montado nunca en globo y eso que un día ya lo teníamos contratado para surcar la Ribera del Torío, pero se levantó un viento peligroso que truncó el viaje. Tampoco he hecho ala delta ni me he tirado en paracaídas. Pero tranquilidad en los pueblos, todo se andará, que el tiempo lo da Dios de balde… hasta un determinado día que se le acaba.
Asín sea.