Taller de Desarrollo Personal
Lo confieso; sin duda alguna estoy inmerso, con placidez y orgullo, en el viaje más personal que he emprendido en mi vida. La oportunidad llegó en el último tramo del pasado 2021 cuando esta profesión de narrador de vidas y acontecimientos ajenos, que más o menos me ha permitido vivir, me acercó al Teléfono de la Esperanza.
De ese encuentro surgió el billete que me ha permitido integrarme en un grupo del Taller de Desarrollo Personal cuyo objetivo es claro; buscamos saber cómo somos y cómo nos comportamos, qué carencias nos estrujan y cómo podemos superar las alforjas que nos aprisionan, para tomar las riendas de nuestra vida. Un trayecto al pasado para modular el futuro.
En ese primer contacto que me acercó al oráculo de la esperanza Mercedes, su alma mater en esta tierra, me subrayó que para ayudar a los demás, y supongo para ayudarse a uno mismo, es imprescindible conocer nuestros defectos y virtudes. Y supongo que la afirmación me empujó a emprender este camino hacia mi interior que, por suerte, no afronto en solitario.
Juan y Marta, sicólogos, son los encargados de marcar las rutas y los medios que nos permitan llegar a buen puerto. Juan conduce las jornadas comprimidas entre un viernes y un domingo y Marta la sesiones posteriores, un día a la semana, concebidas para reflexionar con pausa sobre alguno de los apartados. No son chamanes ni magos de chistera que por arte de magia solucionan nuestras contradicciones. Son profesionales con muchas horas de trabajo a sus espaldas que nos enseñan cómo y con qué. Pero no toman decisiones ni adquieren compromisos por nosotros, esa es nuestra responsabilidad.
El tablero se completa con las personas que forman esta pequeña congregación, esta pequeña familia: en ella nos sentimos arropados y somos capaces de desnudarnos y compartir los miedos que nos atenazan y nos impiden crecer. La confidencialidad afianza este clima de confianza que nos facilita la comprensión y la búsqueda de salidas a esas carencias y esos episodios vitales que han marcado nuestra vida, siempre bajo la tutela de Juan y Marta. El cariño o la indiferencia, el rencor, la violencia o el desprecio, todos y cada uno de los episodios que han hecho mella en alguna de las etapas de nuestra vida, en especial en la infancia, explican cómo somos y cómo nos comportamos como adultos.
Es un sensación muy gratificante cuando fluye la historia que tenemos acurrucada en alguna parte de nuestra mente y queremos superar pero no sabemos cómo. Repito, es una sensación muy agradable percibir cómo las personas que te acompañan en este caminar sienten que pueden confiarte los secretos que esconden en su yo más interno y que sacuden periódicamente su vida cotidiana.
En este trajín tan emocional también nos han enseñado a meditar sobre el perdón y para ello debemos acercarnos al niño que todos hemos sido y desde ahí acercarnos al niño que también fue esa persona que nos ha contrariado. Sólo así podemos cerrar el ciclo, sólo así seremos capaces de perdonarnos a nosotros mismos, el verdadero propósito, el objetivo primordial de todo este proceso.
Tengo dos o tres cosas claras, la primera es fácil de intuir; nunca es tarde para virar y cambiar el rumbo de nuestra vida. Para ello tenemos que hacernos con el timón una vez que dejemos al margen el lastre que nos apabulla. Todo es posible; definimos e identificamos qué nos ahoga, establecemos la metodología para acometer el cambio, marcamos la ruta precisa y nos tomamos muy en serio todo el proceso; y para ello es fundamental un compromiso sin fisuras, paso a paso, poco a poco, con metas que nos nutran de fortaleza para aspirar a más, una vez superada la cota prevista. Todo es posible. Amor, respeto, ganas y compromiso, pueden sonar como ustedes quieran, pero a mi me suenan a esperanza. Si somos capaces de aliviar nuestras contradicciones y perdonarnos, somos capaces de iniciar cualquier aventura. Siempre poco a poco, paso a paso. Me siento un privilegiado a lado de unas personas que me han dejado colarme en su vida.