Pensar menos y observar más
Siempre me admiró cómo el humorista Moncho Borrajo podía improvisar una canción a partir de tres palabras inconexas que alguien del público le sugería. Escogiendo al azar tres términos, por ejemplo: “elefante”, “azul” y “lluvia”, se pueden construir las más variadas historias. Un elefante, después de la lluvia, chapoteaba en un charco azul. Una nube con forma de elefante en el cielo azul expulsa lluvia por su trompa. Un elefante pintado de azul turquesa se destiñe bajo la lluvia. Y así hasta el infinito.
Si sólo con tres elementos se pueden realizar tantas construcciones mentales, qué no sucederá con el complejo entramado de la realidad. El cerebro humano tiende a llenar los espacios en blanco, buscando relaciones de causalidad incluso donde no existen, uniendo los puntos inconexos para formar líneas y figuras, creando patrones. Por ejemplo, Rosalía era una simpática parienta de mi abuela, que en las partidas de brisca que celebraban en casa, cuando le llegaban malas cartas pensaba que dando tres vueltas alrededor de la silla cambiaría su suerte, pero nunca se llegó a demostrar la eficacia de esa superstición, ni de tantas otras...
Sin llegar a esos extremos, ¿ Qué hacemos cuándo un amigo nos recibe con mala cara? ¿A que muchas veces nos suponemos que estará molesto con nosotros por alguna razón, e incluso nos planteamos cuál será, cuando a lo mejor su disgusto no tiene nada que ver? ¿O por qué a veces nos duelen o interpretamos como ataques personales palabras o hechos que no tuvieron esa intencionalidad? No observamos las situaciones con objetividad, sino condicionados por la razón y los aprendizajes adquiridos.
Hay quien piensa que la meditación consiste en poner la mente en blanco, como si uno se quedara inconsciente en la posición de flor del loto. Pero si el cerebro funciona incluso durante el sueño, no parece posible que se quede apagado a voluntad. Lo que sí creo es que mientras la mente observa no puede pensar, porque ya está ocupada con otra tarea. Meditar no es sólo relajarse o respirar con tranquilidad, sino dar un descanso al diálogo interno, poniendo toda la atención en el momento presente, sin que los recuerdos de experiencias pasadas ni los temores del futuro impregnen la percepción del instante, ni los prejuicios lo tinten de colores artificiales, ni se creen falsos nexos de unión entre realidades diferentes.
Meditar se convierte en una forma de sabiduría porque significa mantener la mirada limpia para ver las cosas como son, sin interferencias del ego, y aceptarlas. No se trata tanto de levitar media hora como de entrenarse hasta conseguir mantener ese estado meditativo a lo largo del día, buscando anclas que lo sostengan. Por eso el zen practica el “samu” o trabajo manual consciente, en el que la persona se concentra en una actividad concreta, ajena a todo lo demás. O el yoga y el taichí persiguen una meditación en movimiento. De hecho, los grandes maestros hablan de que el siguiente paso a la “iluminación” es lo que llaman “la vuelta al mercado”, es decir, retomar con sencillez la vida cotidiana y las relaciones personales, dándoles un nuevo sentido. Nada de aislarse del entorno, ni de olvidar a los que te rodean o de creerte superior a ellos, sino vivir en la compasión y servir a los demás.
Para poner en su sitio a la imaginación, que Santa Teresa llamaba “la loca de la casa”, así como a los pensamientos limitantes, que tanto me han hecho sufrir, me he propuesto este nuevo año entrenarme en la atención plena para vivir con plenitud el presente, practicando con asiduidad la meditación. ¿Te apuntas?