Han pasado cuatro años desde que me acerqué con paso lento a la sede del Teléfono de la Esperanza. Esa fría mañana de enero decidí que estaba harta de estar harta, consideré que había llegado a mi saturación de sufrimiento y que no perdía nada por informarme y pedir ayuda.
La causalidad hizo el resto, esa tarde comenzaba el Taller de Autoestima, el valor que nos damos a nosotros mismos. Es evidente que me apunté.
Después vinieron algunos talleres más, muchos compañeros y una idea: tratar de devolver un poquito de lo que me ha aportado el Teléfono. Pero siempre estoy en deuda, cuando más doy más se me devuelve. Vivo en un eterno efecto bumerang del que ni puedo ni quiero salir.
Por eso deseo que la cuesta de enero no sea una caída libre más. Que aprovechemos el impulso que nos dio el subidón de las burbujas para que esos propósitos que amanecieron con el año no construyan entre nubes de excusas y quejas nuevos repetidos días grises.
Podemos contribuir a crear días luminosos si tenemos una buena opinión de nosotros mismos, nos sentimos a gusto en nuestra piel y somos perseverantes con nuestros objetivos.
Me encantaría que entre todos divulgáramos la oferta de cursos del trimestre para contribuir a llenar el mundo de personas responsables de su vida, conscientes de que cuentan con las fortalezas necesarias para superar la mayoría de las situación que se les presenten y que cuando no puedan cambiar algo sepan que siempre pueden elegir su actitud.