Ventanas al sol
Ana Cristina Pastrana
Arrastraba los pies, como el amanecer la aurora, con la vista perdida en el infinito, mirando sin ver. Colgado de una percha, su esqueleto taciturno navegaba por los días como un barco a la deriva. Sus pupilas, maceradas por la frustración y el desengaño, se despeñaban cuesta abajo. Apenas un suspiro se escapaba de su boca cuando recordaba a Marina, su esposa. Entonces, un racimo de lágrimas se escapaba de sus ojos. La soledad había encorvado su espalda y su alma, boquiabierta, añoraba su encuentro.
Sonreía al atardecer, al recibir la llamada diaria de su nieto. Entonces se vestía de fiesta para escuchar sus hazañas, celebrar sus logros y compartir su alegría.