Este año tuve, por necesidades de mi trabajo, que tomarme las vacaciones en septiembre. Opte por pasar algún día en zona de playa y aunque el tiempo no acompaño todo lo esperado, pude disfrutar de ella.
No me gusta tomar el sol, no va nada bien para mi piel y reconozco que las aguas del norte son demasiado frías para mí, pero el pasear por la orilla del mar es uno de los placeres más bonitos que encuentro en la vida. Me gusta de vez en cuando pararme y cerrando los ojos respirar su olor. Pero lo que mas me atrae es el ruido de las olas tanto al llegar a la arena, como cuando chocan con las rocas.
En ocasiones trato de seguir centrándome en esa preciosa melodía, escuchándola incluso cuando estoy bajo la sombrilla. Es un proceso muy complicado pues se ve interrumpido con una multitud de conversaciones procedentes de las toallas de mi entorno. No es fácil, pero en ocasiones lo consigo.
Este proceso me lleva a recordar cuantas veces en mi vida me he marcado un objetivo y he tardado más tiempo del previsto en conseguirlo, única y exclusivamente por distracciones hacia mi entorno en vez de pensar en mí y en lo que pretendía. Cuantas distracciones banales, personas que no me han aportado nada, objetivos inalcanzables, gente desagradecida…
Ahí lo dejo…