Después de unas semanas de bastante actividad todo volvió a la normalidad. Llegó el momento soñado, se sentó cómodamente en la silla, todo estaba ordenado a su gusto, hizo tres respiraciones conscientes mientras pensaba que había merecido la pena.
Al centrar su mirada vio unos restos, casi imperceptibles, de pintura en la mesa. Eran como el punto negro en medio de una gran pizarra, le hacían perder de vista todo lo conseguido. Distraída, empezó a quitarlos con la uña.
Hace unos días hubiera pagado porque llegara ese momento y ahora no podía disfrutarlo.
Llegó a la conclusión de que apreciamos muy poco nuestros logros, enseguida buscamos nuevos proyectos o nuevas formas de complicarnos la vida.
Está bien tener objetivos y ser ambicioso, las nuevas metas nos motivan, pero a veces hay que tomarse un respiro, valorar el empeño y la ilusión que pusimos para lograr lo que nos habíamos propuesto y celebrarlo.
En general, las personas pasamos muchas horas hablando de cosas triviales como el tiempo o divagando en conversaciones que gana el que peor le vaya la vida ¿El premio? Victimizarse y conseguir atención, parece que penaliza disfrutar o que te vaya bien.
A esas alturas tenía claro que no iba a entrar en ese juego. Prefiere reconocer que a veces es feliz, ríe a carcajadas, come chocolate sin remordimientos, consigue sus objetivos, desconecta, toma café con las amigas. A veces sueña otras vidas. Desordena versos, es imperfecta.
No solo organizó la habitación sino también sus prioridades. Han pasado varios días y siguen en la mesa restos de pintura que no le impiden ser feliz.