miércoles, 23 de junio de 2021

miércoles, 23 de junio de 2021

Turismo de interior

Vivir para contarlo
Ana Cristina López Viñuela

Con la llegada del buen tiempo regresan las ganas de viajar. Existen diferentes formas de moverse, tantas como personas, todas ellas igual de respetables. 

Se puede optar por una excursión organizada o por vagar sin rumbo; por ir solo, en pareja o en grupo; con presupuesto de sibarita o de mochilero; por desplazarse lejos o quedarse cerca; en avión, en coche, en bicicleta o a pie… pero la experiencia sólo nos enriquece en la medida en que nos transforma. “Aventurero es el que se adentra en sí mismo, lo demás sólo es turismo”, decía Herman Hesse. El verdadero y único viaje, que cada persona realiza a su manera, es hacia el interior.

Viajar implica salir de la zona de confort, ya sea física o espiritualmente. Si volvemos exactamente igual que fuimos, poco hemos aprovechado la oportunidad de crecer que se nos presentaba. Recuerdo mi primera estancia en Turquía, en la que coincidí con una pareja vasca. Cada vez que él veía hombres rezar en el patio de una mezquita decía que echaba de menos tener una metralleta para cargárselos a todos. Y cuando ella se encontraba con una chica con la cabeza cubierta, aseguraba que se le revolvía el estómago. Y yo me pregunto: ¿qué ganaron esos dos con haber ido a Estambul en vez de quedarse en casa? ¿Merecía la pena molestarse tanto para regresar con los mismos prejuicios que llevaban en la maleta?

Si te da igual visitar India que Albacete, Senegal que Benidorm, ¿por qué malgastar tiempo y dinero en viajes que no te dicen nada? ¿Para no “ser menos” que tu vecino? ¿Para poder contar a la gente que “como en casa en ningún sitio”? ¿Para criticar lo que te has encontrado allí? ¿Para decirte a ti mismo que estás “viajado” y no eres un cateto?

Pues bien, en algunos talleres o seminarios de crecimiento personal, e incluso hablando con algún terapeuta respecto a sus sesiones individuales, que no dejan de ser recorridos de interiorización, me han surgido parecidos interrogantes cuando algún participante (tal vez yo misma) se inhibía para no profundizar en sí mismo, ni exponerse. Con todo el respeto, ¿si no estás dispuesto a abrirte a lo que te proponen, para qué te apuntas? Si te piden que reflexiones por escrito sobre un tema, nadie te va a decir qué debes compartir con el grupo. Pero no haberte molestado en dedicar un tiempo a pensar en ello e improvisar en el último momento una colección de lugares comunes y frases manidas, creo que no muestra excesiva coherencia, ni lógica. Y menos aún ponerte a “opinar” sobre lo que otros han compartido de sí mismos o a juzgarles, en lugar de trabajar en tu propia vivencia. Obviamente, alguna dinámica puede no ser apropiada para ti en un momento dado, ¿pero todas? Sólo obtendrás resultados si te implicas en el proceso, porque el hecho de pagar la sesión o la mera presencia física no bastan, aunque constituyan un primer paso. Y si luego dices que esas experiencias “no te han ayudado”, “no sirven para nada” o que “no crees en ello”, sólo te estás autoengañando.

Cuanto más distinto de lo habitual es lo que se nos presenta, más tendremos que cuestionarnos las ideas preconcebidas. Al descubrir que existen otras formas de vivir, igual de válidas que la que yo he mantenido hasta ese momento, se agrietan mis esquemas mentales, sobre todo si me siento insatisfecha con ellos. Y probablemente por esos resquicios penetre la sabiduría. O la felicidad.