miércoles, 14 de abril de 2021

miércoles, 14 de abril de 2021

Aprender a ver

Vivir para contarlo
Ana Cristina López Viñuela

Desde que hace unas semanas descubrí el curso “Volver a ver claro” y decidí cuidar mi vista con medios naturales, trabajando a diferentes niveles (físico, químico, emocional, mental, energético…), se ha abierto una ventana luminosa a mi vida.

Quitarme los lentes progresivos, con una graduación de 8 dioptrías de miopía en el ojo derecho y de 6,5 en el izquierdo, me produjo una inquietante sensación de inseguridad e indefensión. Uso gafas y lentillas desde la infancia, y tenía interiorizado el gesto de ponerlas nada más levantarme y sentir que las necesitaba en todo momento. Pero cuando decidí empezar a prescindir de ellas me di cuenta de que, aunque fuera de forma borrosa, aún tenía a mi disposición muchos elementos de la experiencia de ver: colores, formas, profundidad, reflejos, movimiento… y me las podía arreglar bastante bien en contextos conocidos o seguros. Me sorprendí de todas las situaciones cotidianas en las que era funcional y, cuando sentí mis capacidades naturales, éstas se reforzaron y me sentí empoderada.

Los lentes son prótesis móviles, como unas muletas, pero muchas veces acaban estorbando e impiden la curación, porque nos acostumbramos a ellas. Sirven porque nos permiten ver con nitidez, pero no corrigen las tensiones que provocan enfermedades como la miopía o la hipermetropía, e introducen hábitos poco saludables como fijar la mirada, dificultar el parpadeo y contribuir a la atrofia de los órganos que hacen posible la visión.

Desaprovechamos la capacidad curativa del sol y del aire libre, de la oscuridad creada por el hueco de las palmas de las manos, de la relajación y del movimiento, de contemplar el horizonte y las estrellas, de la ilusión que nos convierte en niños que juegan a los piratas o a los malabaristas, con parches y pelotas. Unos sencillos ejercicios que sirven para rehabilitar los ojos, pero sobre todo para abrirse a la realidad con una mirada nueva, más libre de prejuicios, más curiosa, más juguetona, más amable.

Ya he mejorado mi vista (aunque queda bastante por hacer), pero me interesa más profundizar en mi “visión”, en cómo interpreto la vida, el presente, la realidad. Porque el principal órgano de la vista no son los ojos, sino el cerebro, y son mis pensamientos los que condicionan cómo me voy a sentir y cómo voy a ver.

No es fácil prescindir del estrés, la exigencia y la necesidad de control cuando han sido tus compañeros habituales de viaje. Me he sentido irresponsable si no preveía hasta el más mínimo detalle de mis tareas, dejando poco espacio a la espontaneidad y la improvisación. Y egoísta si no intervenía en los problemas ajenos tratando de resolverlos.

Aún me queda por interiorizar que sólo puedo (y debo) obrar dentro de mi radio de acción, sin malgastar mi energía “solucionando” la vida a jefes, compañeros, familiares y amigos, cuando muchas veces ni me lo han pedido, ni probablemente haga ninguna falta. Y, por el contrario, dejar de tomar las decisiones que me corresponden, pensando en mi bienestar y mi salud.

Tal vez, lector, disfrutes de una mirada de águila. ¡Enhorabuena! Pero seguro que también tienes algún margen de mejora en algún aspecto de tu vida. No te cierres sin más, ni pienses que lo tienes todo superado o que ya no es momento para cambiar. Date una oportunidad de crecimiento cada día y probablemente te sientas más feliz.