miércoles, 24 de febrero de 2021

miércoles, 24 de febrero de 2021

La no verdad

Vivir para contarlo
Ana Cristina López Viñuela

Creo que no se puede establecer un corte limpio que separe la verdad y la mentira. Como tampoco todo es blanco o negro, sino que existen múltiples gradaciones de gris. Pienso, por el contrario, que hay muchas maneras de faltar a la verdad, dependiendo del grado de voluntariedad o de los mecanismos psicológicos o cognitivos que rigen al ser humano.

Asumo que la realidad es poliédrica y que la perspectiva de cada uno es diferente, que nuestros sentidos nos traicionan, que la mente es limitada en su forma de conocer y que ciertas emociones, como el miedo, pueden alterar nuestras percepciones o su interpretación. Por eso podemos llamar “mi verdad”, equivocadamente, a una visión reduccionista o errónea de las cosas. Pero pienso que la lealtad con aquello que creemos cierto, aunque no lo sea, supone honestidad con uno mismo y es el primer paso para el crecimiento personal.

Desde mi punto de vista, que coincide con el de la Real Academia, sólo se puede llamar mentira a la “expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa”, lo cual implica un acto plenamente consciente y voluntario. No se trata de un cambio de criterio o de una muestra de ignorancia, sino de una manipulación retorcida para llevar a los demás adonde el mentiroso desea que estén. Mentiras escuchamos continuamente en los medios de comunicación y en nuestros entornos cercanos, ¿pero estamos tú y yo tan libres de culpa como para tirar la primera piedra? ¿Es tan común que asumamos nuestros errores como propios o más bien procuramos eludir las consecuencias negativas de que los demás conozcan los hechos tal como son o como los vemos?

Es fácil recurrir al comodín de la mentira “piadosa”, supuestamente para que el otro no sufra, o “necesaria”, para impedir que nos abandonen, nos castiguen o nos impidan alcanzar nuestros fines. La mentira siempre implica considerar a la otra persona como un inferior, bien porque sea “incapaz” de entender o asumir la realidad, bien porque no “merezca” conocerla. ¿Pero no significará exactamente lo contrario y el que no es capaz de aceptar la verdad o no es digno de ella es el mentiroso? Ahí lo dejo…

La primera mentira es la que más cuesta (como dicen los asesinos del primer crimen), porque se rompe la frontera moral y luego ya se va cuesta abajo. Una trola lleva a otra, hasta que ya no se ve el camino de retorno. Y para poder vivir con la propia conciencia se buscan justificaciones, como “estoy siendo el más listo”, “sólo me estoy defendiendo” o “la vida es así”.

Pero la peor de todas las mentiras es el engaño, es decir, darles apariencia de verdad, porque demuestra malicia. Ya dice que el refranero que “no hay peor mentira que una verdad a medias”, que esconde una parte significativa de los hechos o deforma la intencionalidad del que los hizo o los cuenta. Cuando Yago susurra al oído de Otelo que Desdémona le es infiel y prepara pruebas falsas en su contra, no puede considerarse limpio de su sangre, aunque fuera el celoso marido quien cometió el asesinato.

Sin honestidad con uno mismo y con los demás no puede haber conexión interior, ni forma satisfactoria de relacionarse, porque sólo la verdad nos hará libres. Por eso te recomiendo que examines, como estoy haciendo yo ahora, en qué puntos de tu discurso interior te estás alejando de tus valores, de lo que sientes que es lo bueno, siguiendo intereses egoístas.  O si, con la excusa de “proteger” a alguien o de “defenderte”, no estarás manteniendo una conducta insincera o  poco coherente. Creo que vale la pena.