miércoles, 13 de enero de 2021

miércoles, 13 de enero de 2021

Lo que tienes es lo que das

Vivir para contarlo
Ana Cristina López Viñuela

Parece que el comienzo de un nuevo año se presenta como una ocasión oportuna para hacer balance de lo vivido y replantearse el futuro, como si se nos hubieran aparecido los fantasmas de las navidades pasadas, presentes y por venir del famoso “Cuento de Navidad” de Dickens.

Pienso en que si toda mi vida pasara en un segundo por mi conciencia, como dicen que sucede cuando vas a morir, lo que vendría a mi memoria serían los momento de felicidad compartida: la intimidad con mi pareja, las celebraciones familiares, los encuentros con mis amigos… Y también las ocasiones perdidas, en que me encerré en mí misma y en mis quejas, refunfuñando y sintiéndome desgraciada, muchas veces sin motivo.

Cuentan los hermanos Grimm de un hombre avaro, que tenía su tesoro enterrado en un lugar secreto, que sólo visitaba muy de cuando en cuando, mientras vivía su día a día con mezquindad. Entre tanto, le bastaba con recordar que ese dinero existía y era suyo. Un vecino lo descubrió una noche de luna llena, mientras se refocilaba nadando entre monedas de oro y se quedó con sus riquezas. Cuando mucho después el avaro desenterró el cofre y descubrió que estaba vacío, el vecino le vino a decir, en resumidas cuentas, que para lo que le servía, le daba exactamente igual que estuviera lleno, puesto que no le daba uso para su beneficio, ni para el de los demás.

El tiempo es el mayor tesoro que tenemos los seres humanos y, si lo malgastamos, no vuelve a nosotros, ni se queda esperando mejor ocasión. Se pierde sin más. Por eso mi propósito de este año tiene que ver con hacerlo fructificar.

La frase “lo que tienes es lo que das” se puede interpretar en dos sentidos. Por una parte, si comparto mi tiempo, mis bienes materiales o mi energía, y los empleo en beneficio común, recibiré a cambio instantes de satisfacción y alegría. Pero también es cierto que lo que no tengo, no lo puedo repartir, por lo que primero tendré que dedicarme a mí misma los cuidados que necesito para sentirme en plenitud, porque del pozo que se agota no puede salir agua.

De primeras, parece algo egoísta que los propósitos de año nuevo comiencen por plantearme cuidar más de mi cuerpo (alimentación, ejercicio, descanso, sueño) y de mi espíritu (silencio, meditación, creatividad, formación), pero de mi bienestar depende la calidad de lo que yo pueda entregar a los otros. Si no me respeto a mí misma, ¿qué se supone que voy a ofrecer a los demás? ¿Reproches? ¿Mal humor? ¿Ira?

Y luego, sí, no estar esperando que la iniciativa venga de fuera, sino buscar activamente la forma de compartir mis riquezas, interiores o materiales, empezando por pasar tiempo de calidad con mi familia y mis amigos, porque no tiene sentido responsabilizarme de lo que pasa en Yemen o en Honduras, dejando de lado a los más cercanos. Pero como “de lo que abunda en el corazón habla la boca” y sale por cada poro del cuerpo, cuando esté “sobrada” de amor, podré repartir con generosidad, e incluso sin darme cuenta, sonrisas, oídos atentos, palabras de aliento, manos dispuestas… para que a mi alrededor se cree un aura de felicidad que acoja a todos los que se acerquen a mí. Y también, como no, ayudar a quienes están lejos, sabiendo que mientras haya una persona en el mundo que sufra, mi dicha individual no podrá ser completa.

Espero sinceramente que este año mis propósitos no se queden en nada. ¿Y tú? ¿Cómo vas a convertir tus buenos deseos en hermosas realidades?