miércoles, 2 de diciembre de 2020

miércoles, 2 de diciembre de 2020

El cuerpo no es el enemigo

Vivir para contarlo
Ana Cristina López Viñuela

Teruel existe, y nuestro cuerpo también. Lo digo porque igual que podemos ignorar toda una provincia en la que viven millares de personas, a veces nos desconocemos a nosotros mismos, especialmente nuestra parte física, que viene a ser la pariente pobre de la mente o de la voluntad. En lugar de escuchar a nuestro cuerpo con benevolencia y tenerlo en cuenta en nuestras decisiones, lo despreciamos y maltratamos sin piedad, ya sea por pereza, capricho o por imposiciones morales o psicológicas, pero los resultados no suelen beneficiar nuestra salud, ni ser demasiado productivos.

La mente es mentirosa, pero el cuerpo no sabe fingir. Y no tenemos por qué desconfiar de él por sistema. Recuerdo un lema que me inculcaron de joven: “al cuerpo hay que darle siempre un poco menos de lo que pide, porque si no hace traición”. ¿Seguro que el traidor es el cuerpo? No nos engañemos: esa voz que nos llama a la desidia o al exceso no proviene de él. Bastantes avisos nos da, el pobre, de que las tardes de sofá nos dejan descompuestos o de que los atracones de chocolate nos sientan mal. ¿Pero ignorar el malestar físico supone una victoria del espíritu? No necesariamente.

Conocerse a uno mismo pasa por saber cómo funciona su cuerpo y cómo reacciona ante las diversas situaciones. Por ejemplo, en mi última revisión ginecológica el médico me tuvo que recordar que lo que tenía que relajar eran los músculos pélvicos, no hacer meditación trascendental en la camilla. Porque uno llega a creer que las órdenes que da a su organismo se están cumpliendo, cuando a veces no sabemos formular nuestras peticiones en un lenguaje comprensible para él o, simplemente, se niega a actuar como le pedimos. ¿Y siempre va a ser un boicot perverso o en ocasiones será sólo su forma natural de ser o incluso una defensa ante una exigencia absurda?

El yoga, la meditación y el pilates me han ayudado a darme más cuenta de las sensaciones corporales en ciertas situaciones, pero reconozco que no soy consciente de ellas en todo momento. Y, sin embargo, su observación me facilita mucha información sobre cómo soy, qué quiero y qué necesito, porque el espíritu y la mente actúan a través del cuerpo. Las tensiones y dolores nos ayudan a percibir sentimientos sutiles y emociones negadas a uno mismo.

Siempre que pienso en Ángel Barja me acuerdo de una de sus clases de “Conjunto Coral” en el conservatorio, en la que citó un proverbio chino: “el que respira bien, vive bien”. La importancia de la respiración para el canto nadie la pone en duda, porque la regulación del aire resulta imprescindible para afinar y proyectar sonidos. Pero si algo aprendí de mi época en la Capilla Clásica es que cuando creía estar inhalando profundamente, en realidad estaba cerrando las vías respiratorias, sin comprender que cuando más y mejor se llenan los pulmones es cuando antes los hemos vaciado por completo, no cuando nos empecinamos en meter aire a la fuerza. Así que empeñarse en dar lecciones a nuestro cuerpo, que lleva respirando “toda la vida”, resulta bastante ridículo. Las mejores técnicas respiratorias se basan en optimizar el funcionamiento habitual, no en inventarse “novedades”. De ahí la importancia de la lección del maestro, pues quien es capaz de dejar a su cuerpo la libertad de respirar a sus anchas (o de actuar conforme a sus necesidades), también ha añadido humildad, autoconocimiento y aceptación a su vida.

El cuerpo no es el enemigo, sino el cauce físico que nos permite sentirnos y expresarnos. Y tiene su lenguaje, que hay que aprender si queremos entendernos con él, porque nos interesa prestarle atención, tenerle como amigo y confiar en la sabiduría de sus mensajes.