
Como os dije la semana anterior voy a hablar de la meditación, se la recomendaría a todo el mundo pero en realidad no lo hago porque es una palabra que con sólo pronunciarla te suelen mirar raro.
Las reacciones son variadas: ¿meditación?, si a mí no me hace falta; ¡uf!, yo no puedo; es imposible; no tengo tiempo; no sé cómo se hace, eso es para gente rara; a ver si me apunto si eso más adelante a un retiro para que me enseñen (y si respiran por mí mejor que mejor); ya lo intenté (diez segundos) y eso no es para mí…
Suelo respirar hondo y digo: perdona, que igual no me he explicado bien, sólo necesitas: elegir meditar, porque si no te apetece no te pongas excusas, no lo hagas, pero cuando veas que al que lo hace le va mejor que a ti tampoco te quejes.
Con tu voluntad de hacerlo, un mínimo silencio, no es imprescindible que sea demasiado (el sonido ambiente forma parte de la vida), sentarte en posición cómoda, cerrar los ojos y concentrarte en tu respiración el tiempo que seas capaz es suficiente, beneficioso y… ¡gratis!.
¡No!, no tienes que adoptar posiciones imposibles ni dejar la mente en blanco, vendrán muchos pensamientos, sólo tienes que dejarlos pasar.
Vas a sentir tu propia energía, el cuerpo en su totalidad, que normalmente sólo te fijas en la parte que te duele, no eres tan importante, puedes pararte un rato, es positivo que lo hagas, ¡tu cuerpo ni siquiera te necesita para vivir! ¿Te has parado a pensar en la cantidad de veces que funciona sin ti?
Dale un descanso, dale las gracias por estar ahí siempre para ti.
¡Relájate y disfruta!