El rincón del optimista
Juan
En uno de mis paseos de la Fase 0 del encarcelamiento pasé por un monte cerca de donde vivo. En una hondonada de este monte, con una hierba alta de la primavera generosa en lluvias, decidí hacer un alto en el camino para sentarme junto a un roble joven que me sirviera de respaldo. En este lugar bucólico cerré los ojos y me dejé llevar por mis sentidos…
Olía a vida, a naturaleza, a hierba, a hojas de roble en expansión, al frescor de un regato tímido que no hacía mucho que había bajado dejando charcos; siento los últimos rayos de sol de la tarde en mi cara y una ligera brisa que le acompañan; escucho el melodioso canto de dos ruiseñores que rivalizan a una cierta a distancia, las palomas torcaces y el cuco que espera a poner otro huevo en un nido ajeno. Toco esa hierba y la corteza del roble y me siento vivo, siento la suerte que tengo de vivir una experiencia como esta y que el mal sueño de la pandemia quede difuminado para siempre. De pronto, escucho el tubo de escape lejano de una moto que acelera y que me recuerda que la civilización no anda lejos de allí.
Apenas unos minutos en mi camino me han bastado para tomar conciencia de la vida para saber que, por muy malas que vengan dadas las cosas, todo va pasando, todo fluye… gracias a un pequeño roble.
Asín sea
PD: Felicidades Samuel, querido hijo.