Vivir para contarlo
Ana Cristina López Viñuela
No hay día que no se nos pida salir a la ventana a aplaudir a los héroes del Covid, ya sean los sanitarios, los miembros de fuerzas de seguridad, los empleados de supermercados, los limpiadores o los agricultores y ganaderos. Y otros muchos colectivos que están dando lo mejor de sí en esta crisis y nos hacen darnos cuenta de cuánto dependemos unos de otros.
Pero, ¿qué es un héroe? Según el diccionario se trata de una persona que se distingue por haber realizado una hazaña extraordinaria, especialmente si requiere mucho valor. Pero no todo aquel al que calificamos de héroe tiene las mismas motivaciones o circunstancias.
Algunos de los que no manifiestan temor ante una situación adversa o peligrosa pueden simplemente no ser conscientes de estar expuestos, o bien, ser adictos a la adrenalina, lo que los impulsa a asumir cierto grado de riesgo, con tal de disfrutar de sus aventuras o alcanzar sus objetivos, ya sean conducir a gran velocidad o subir a las más altas montañas. Pero el fin de su acción se queda en ellos mismos, sin repercutir en los demás, salvo como objeto de admiración.
Aquiles, Alejandro Magno o la mayoría de los héroes de la Antigüedad estaban movidos por el afán de gloria, de un reconocimiento general y perdurable. Una motivación parecida a la que puede sentir el deportista que se esfuerza por ser “más rápido, más alto, más fuerte”, como reza el lema de las Olimpiadas, en una competición consigo mismo y con los mejores en su campo para superar los límites establecidos. Pueden convertirse en un modelo o una inspiración para otros, pero su motivación, aunque muy lícita, no es altruista.
Otro tipo de heroicidad viene impulsado por un deseo de justicia o por unas convicciones muy firmes, que mueven a superar los obstáculos para mejorar las condiciones de otras personas, como un activista de una ONG o un misionero, o cualquiera que arriesgue su vida o bienestar para aliviar el sufrimiento ajeno. Estos son los héroes que más me gustan, desde Frodo Bolsón a Nelson Mandela.
Pero ¿cómo llamar a los profesionales que sólo desean hacer bien su trabajo y se ven abocados, por la falta de previsión de los responsables de organizar los servicios y proveer de medios de seguridad, a optar entre ponerse en peligro o descuidar a los que dependen de ellos, porque no hay nadie más que pueda atenderles? ¿Y si acaban cayendo enfermos o se mueren por realizar su tarea en estas circunstancias? Yo los llamaría víctimas. Hablando con alguno de ellos me dicen que no quieren ser héroes, que no lo han buscado, ni elegido. Pese a ello, han dado lo mejor de sí, por lo que merecen el mayor de los reconocimientos. Ahora me acuerdo de otro héroe hispano, el Cid Campeador, del que se dijo “qué buen vasallo, si tuviera buen señor”; si estamos saliendo de esta pandemia a pesar de todo, gracias al sacrificio de tantas personas anónimas, cuánto mejor nos habría ido si desde el principio se hubieran tomado las medidas oportunas.
Aplaudamos hasta que nos duelan las manos a estos “héroes obligados”, porque lo merecen sin duda. Pero, sobre todo, como sociedad, no volvamos a poner a nadie en situaciones como esta. Sin duda hay circunstancias que no se pueden prever y no creo que el Covid19 haya sido un sabotaje intencionado para machacar al prójimo, pero habrá que asumir las responsabilidades que cada uno tenga en cuanto a la gestión de la crisis y, sobre todo, hacer lo posible para que de ahora en adelante estemos preparados y reaccionemos con prontitud y eficacia ante una situación similar. Los profesionales piden respeto y protección, procuremos dárselos, cada uno en la medida de sus posibilidades.