El rincón del optimista
Juan

Qué poco acostumbrado estamos a estar enjaulados. Nos encanta la calle, el campo, la montaña, la playa… respirar aire supuestamente puro. Pero ahora toca estar en casa, por nosotros, por ellos, por todos. Y se nos caen las paredes encima, parece que serán días interminables y que acabaremos todos locos.
Pero no será así. No es tanto por seguir los consejos que nos dan los especialistas o los medios de comunicación, sino por simple supervivencia. ¡Hay tantas cosas que se pueden hace encerrado entre cuatro paredes! Estos días nos han recordado que Cervantes escribió El Quijote mientras estaba en prisión. Leer, escribir, ver cine, limpiar, cocinar, cantar, escuchar música, rezar, jugar o aplaudir a las 20 horas. Todo ello con la sana intención de no dañar nuestro delicado mundo interior, ese que de por sí ya está bastante amenazado por las prisas y el estrés diario del convivir en condiciones normales.
En estas circunstancias especiales de confinamiento debido al coronavirus sabemos que nos quedarán posos, residuos buenos en forma de solidaridad, buena vecindad y recuerdos imborrables, recuerdos que se irán borrando pronto excepto para quienes hayan tenido entre sus allegados afectados o víctimas del maldito COVID-19.
Mientras nuestros héroes salvadores sanitarios luchan por alejar el maldito bicho de nuestras vidas, mientras los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado hacen cumplir el estado de Alerta decretado por el Gobierno, mientras nuestros gobernantes tengan el acierto de guiar sus decisiones en favor del pueblo, mientras en tiendas y supermercados los empleados se sigan jugando la vida por podernos alimentar, mientras los transportistas no desfallezcan desplazando esos alimentos y material sanitario, yo lanzo desde esta página una voz de ESPERANZA. Aún creo en la humanidad.
Así sea.