miércoles, 18 de marzo de 2020

miércoles, 18 de marzo de 2020

Me preocupo por ti

Vivir para contarlo
Ana Cristina López Viñuela

No sé si se debe a la educación recibida pero observo que muchas personas de mi entorno, especialmente las mujeres, estamos convencidas de que “preocuparse” por otro es una muestra de cariño. Sin embargo, muchas veces esa inquietud procede del miedo, que es el mayor enemigo del amor, mucho más que el odio, porque genera desconfianza y alejamiento.
Tal vez estemos confundiendo distintas actitudes y sentimientos, pensando que son lo mismo. Por ejemplo, no es igual “preocuparse” que “prever”, aunque ambos conceptos tengan que ver con el futuro, porque el segundo está anclado en la realidad.
No es lo mismo sufrir imaginando todo lo que puede  torcerse, que la mayor parte de las veces ni siquiera sucederá, que poner los medios ahora para hacer frente a una situación probable. Por ejemplo, no dormir por la noche por si mi hijo va a suspender un examen, porque igual no termina sus estudios y luego no va a encontrar un buen trabajo, no va a poner mantener una familia y va a ser un fracasado… es un ejemplo de elucubración inútil. Mientras que haber puesto los medios para que mi hijo vaya preparado al examen es una muestra de sensatez, como también lo sería confiar en que puede valerse por sí mismo y lograr sus objetivos, aunque sea en otro momento o de otra forma.
A veces creemos que estamos protegiendo a un ser querido (llámese hijo, pareja, familiar enfermo o anciano…) cuando en realidad estamos impidiéndole asumir retos, por nuestros propios miedos a dejar de ser “necesarios” o a perder el control de la situación. No le hace bien.
Todos necesitamos asumir la responsabilidad de la propia vida y solo conoceremos nuestros límites cuando nos enfrentemos a situaciones nuevas, que los pongan a prueba. Puede que el corral sea muy seguro, pero allí solo se crían gallinas, nunca águilas. Tal vez del huevo que hemos empollado salga un pollito, pero igual nos encontramos con un desesperante “patito feo”, que no acaba de encajar en nuestros esquemas mentales, quizás porque en realidad es un cisne, un avestruz o un albatros. Y si bien necesita que fabriquemos un nido al que siempre pueda acudir, si no tenemos en cuenta lo que es y necesita, tal vez acabe huyendo de una relación asfixiante o empequeñeciéndose, para complacernos, hasta caber en la minúscula jaula creada por nuestras expectativas.
No tiene sentido volcar nuestros sueños y esperanzas en otro, haciéndole responsable de nuestro bienestar y culpabilizándole por no estar a la altura de nuestros deseos. Me ha llamado la atención el caso del entrenador de baloncesto que renunció a su vocación por el insano comportamiento de ciertos padres, que exigían “resultados” a sus hijos o al entrenador, como si tuvieran que ser estrellas de la NBA con diez añitos. ¡Pobres niños, que no pueden disfrutar de su infancia, ni jugar, porque tienen que convertirse en lo que sus padres desean!.
Nadie tiene derecho a convertir a otro en una fuente de dinero, satisfacción o influencia, porque no es cierto que busques su éxito, sino tu protagonismo.
Tal vez si sustituimos la palabra “preocuparse” por otras más apropiadas, como “interesarse” o “hacerse cargo”, nos será más fácil distinguir entre una inquietud estéril, que solo produce sufrimiento, y otras actitudes más productivas, que implican tener en cuenta a los demás y actuar en su beneficio.
Dios me libre de juzgar a nadie, ni siquiera a mí misma, por “preocuparse” por sus seres queridos. Cada uno hace lo que puede, lo mejor que sabe. Pero pienso que la forma de crecer en el amor pasa por procurar confiar más y recelar menos, renunciando a “controlar” y “dirigir”, para centrar nuestros esfuerzos en escuchar, atender y acompañar.