La naturaleza ha dado a nuestro espíritu una sed insaciable de la verdad, decía Cicerón. Pero no es lo mismo conocer la verdad que amarla, afirmaba Confucio.
Y es que la verdad es el comienzo de todo lo bueno, tanto en el Cielo como en la tierra. Aquel que quiera vivir bienaventurado y feliz, apostillaba Platón, debe ser desde un principio partícipe de la verdad, pues entonces podrá tenerse confianza en él.