Ventanas al sol
Ana Cristina Pastrana
Sus ojos, teñidos de verde, sujetaban las horas. Entre pecho y espalda, ochenta años cumplidos. Planchados los labios, perdidos los dientes, las rodillas quebradas. De sus manos, invadidas por la artrosis, se escapó un suspiro que, camino de la boca, descarriló en la ranura de un corazón gastado. Sus pies, deformados por los sabañones y los callos, se amotinaron en las madreñas.
En una esquina de la tarde, donde el sol perdió sus alas, el delirio pinta mariposas. Sus pupilas, amarradas a la espera, rezan el último rosario. Frágil y diezmado, su cuerpo se va plegando poco a poco. El silencio invade los corrales.
Una luciérnaga desgarra el frio de la noche y se columpia en el iris de sus ojos. Como un tren de besos, la risa de su nieta enciendo todos sus registros. Fundidas en un abrazo la vida huele a a mazapán. Una lágrima recorre su rostro, sembrado de arrugas. Ya no importa el frío de las horas, sólo la esperanza en el tendal.