Laura
Esta claro señores, que la buena educación, los correctos modales, la valía personal y profesional del individuo o el saber estar, ya no son reflejo de una buena imagen. Una buena imagen es hoy en día es aquella que más vende y aquella que vende, es casi siempre la más esperpéntica.
Las sociedad ha cambiado sus valores, o se podría decir más bien que los ha perdido. Así por ejemplo, los políticos, reflejo de quienes les votamos, han dejado de ser personajes públicos respetables y respetados, para convertirse en bufones de la Corte que pugnan entre sí mismos para ver quién es capaz de llegar más lejos en sus criticas que lejos de ser constructivas se tornan cada vez más audaces y groseras. Y es que parece como si hoy en día la honradez y profesionalidad se midiese en términos de osadía.
Y así nos congregamos ante la llamada caja tonta, que no es otra cosa que el reflejo de nosotros mismos, para devorar con avaricia debates políticos, o deberíamos llamarles mejor combates políticos, porque de lo que se trata, no nos engañemos, es de derribar al contrario con un buen gancho dialéctico.
Y los espectadores, ávidos de carnaza, se muestran decepcionados, si al final, como en un ring de boxeo, los golpes no han sido duros. Pero si la pelea es a muerte e incluso mejor sangrienta, nos removemos de gozo en nuestros sillones y comentamos durante largo tiempo, regocijándonos al recordar los caos fulminantes.
Y al igual que en la política, punto de mira de muchas criticas, acusaciones, chistes, eso se refleja en cada una de las facetas de la vida cotidiana.
Así en el trabajo, ya no cuenta la valía profesional ni la correcta o esmerada preparación del empleado, sino la imagen de tipo duro y agresivo, de aquel que pisa fuerte y por encima de otros. De aquel que es capaz de vender su imagen o abrirse un hueco usando del cada vez más prodigado enchufe.
Pero lo más curioso, lo más incoherente es que aun seguimos fingiendo asombrarnos de nuestros propios actos y enjuiciando a aquellos que sirven de “cabezas de turco” y a los que llamamos delincuentes, en el mejor de los casos, o criminales en otros. Aquellos a los que nosotros mismos hemos creado para justificar nuestras bajezas, creyéndonos superiores por ser tan solo espectadores cómplices en vez de autores. No nos engañemos señores, todos estamos en la misma obra, la obra de a vida.