jueves, 3 de octubre de 2019

jueves, 3 de octubre de 2019

Quejicosos y quejicosas (II)

Vivir para contarlo
Ana Cristina López Viñuela

La tercera razón para estar siempre quejándose es ser un cenizo (ellos se llaman a sí mismos “realistas”), que siempre ve las cosas desde la perspectiva más desfavorable posible, rozando el tremendismo. 
Hay quienes parecen incapaces de disfrutar de ninguna circunstancia: si llueve porque les molesta la humedad, si hace sol porque se les irrita la piel, si sopla el viento porque les despeina y si hace calor porque sudan. Otros (o los mismos) se creen Jeremías y se pasan el día profetizando desgracias a diestro y siniestro, echando jarros de agua fría sobre el entusiasmo de los que les rodean. Si estás feliz disfrutando de un helado te recuerdan que el dulce engorda. Si tomas un café a media tarde dan por supuesto que no vas a dormir bien. Si lees en un autobús te auguran que vas a sufrir un desprendimiento de retina. Uffff, ¡qué cansinos! A veces parece que tenemos miedo a ser felices, porque preferimos prescindir del placer y la alegría que arriesgarnos a perderlos una vez gustados. O que envidiamos los de los demás y los queremos arrastrar hasta nuestra nube negra de pesimismo y tristeza.
También se quejan mucho los que están apegados al dinero, los bienes materiales, las personas, la seguridad, la salud, la belleza… porque siempre están temerosos de perderlos o de tener que compartirlos. Simplemente con no depositar nuestra confianza en esos “tesooooros”, y mirarlos y remirarlos con ojos “golositos”, como Gollum al anillo de poder, ganamos en libertad. ¿De verdad es el fin del mundo que mi vecino tenga una televisión de pantalla plana extragrande y yo no? ¿O que un ser querido se vaya a vivir a otro lugar y no le vaya a ver a diario? ¿O que tenga que prescindir de la sal en las comidas? ¿O que me haya salido una cana o un grano en la cara? ¿No estaremos dando demasiada importancia a lo que no tiene tanta?
En fin, a veces tenemos fundadas razones para quejarnos y otras no, pero en cualquier caso la lástima no es un sentimiento agradable, ni productivo. Merma las energías, incapacita para sentir placer o gozo, nos aleja de los que nos rodean. Probablemente sería más interesante focalizarse en lo positivo, ser asertivo, no pretender acaparar todo lo bueno para mí ni querer retener a las personas a mi lado sin dejarlas volar, no vivir en el temor sino en la confianza, agradecer tantas cosas buenas que podemos disfrutar, aprender a aceptar la realidad, etc. Pero, como diría una que yo me sé: ¡¿Y lo rico que es quejarse?!