miércoles, 16 de octubre de 2019

miércoles, 16 de octubre de 2019

El escaño

El rincón del optimista
Juan

A mí me parieron en casa. Esto es algo que considero una suerte, más que nada por poder evitar esas frías salas de hospital donde paren desde poco después todas (casi todas) las mujeres de este mundo civilizado. En los países pobres paren obligadas en sus viviendas por falta de hospitales o de transporte a los mismos. Digo suerte porque considero un privilegio que el primer aire que respiraran mis pulmones fueran los del mi pueblo al que tanto amo. Poco después de aquel parto las ambulancias o los coches particulares ya comenzaron a desfilar hacia los paritorios de la Seguridad Social nada más que comenzaban las primeras contracciones. 
De mis tres hermanos, al mayor y al siguiente mi madre les parió en casa de sendas abuelas, pero a mi hermana Elena y a mí fue ella misma quien decidió parirnos en un escaño o banco porque en sus laterales había unas barras cilíndricas también de madera donde la parturienta podía asirse y empujar para liberarse de la criatura que traía en las entrañas.
Ha pasado mucho tiempo, pero aún conservamos en mediano estado de forma ese escaño, primero en la cocina de casa y desde hace unos pocos de años en el merendero de la bodega, apoyado contra la pared para que resista el peso de las espaldas de quienes en él soportan su descanso.
Me gusta sentarme en el escaño donde me parió mi madre, pero aún más me gusta dormir una de esas siestas cortas y reparadoras de las que me levanto cargado de energía, como si hubiera vuelto a nacer de nuevo.
Esto me lleva a recomendar que si tienes un mueble viejo a lo mejor prefieres restaurarlo, reutilizarlo antes de que acabe en la lumbre o en la basura, aunque personalmente no signifique mucho para ti y su utilidad sea cero. Seguro que hay un cuarto o una casa en el pueblo que lo acoge con los brazos abiertos.
Asín sea.