miércoles, 30 de octubre de 2019

miércoles, 30 de octubre de 2019

El don de la risa

Vivir para contarlo
Ana Cristina López Viñuela

Dicen que el humor es una manifestación de inteligencia, pues implica un distanciamiento voluntario de las circunstancias inmediatas, para contemplarlas desde otra perspectiva más completa. Si colocamos una mano frente a los ojos no veremos otra cosa, pero si la situamos medio metro más allá, sin dejar de ser nuestra mano y de estar ahí, deja de ocultar lo que se encuentra detrás de ella.
Después de ver la película La vida es bella me quedó claro que en las mismas circunstancias una persona puede ser feliz y otra desgraciada, dependiendo únicamente del enfoque. Y confío en que seamos capaces de percibir la parte hermosa, alegre, esperanzadora que hay en toda realidad, incluso en la existencia en un campo de concentración, y de transmitir esta visión positiva a los nuestros, como hizo Guido con su hijo Giosué.
Cambiando de historia, en el universo mágico de Harry Potter la única forma de vencer al boggart, una criatura cambiante capaz de transformarse en la imagen de lo que más teme el que está frente a ella, es con el conjuro Ridiculous, otorgando un aspecto divertido a aquello que percibimos como terrorífico, desmitificándolo. En la literatura y el cine supuestamente “infantil” a veces late una honda sabiduría.
La risa tiene un poder sanador, con un fundamento médico y químico, pues libera ciertas sustancias beneficiosas en el organismo, y también psicológico. Se habla incluso de una terapia de la risa. Y es que los niños dejan de reír o lo hacen cada vez menos cuando se convierten en adultos, porque parece que no es un comportamiento serio y maduro. Mentira. No hay mayor prueba de prudencia, sensatez y buen juicio que ser capaz de relativizar las cosas para no convertir la vida en un melodrama, sino en una tragicomedia: un género mucho más enriquecedor y realista. Porque no se trata de encerrarnos en un único sentimiento de desencanto y fatalismo, sino de ir experimentando con intensidad y sin remordimientos el espectro completo de la emoción, cuyos extremos van de la pena profunda a la euforia plena, sabiendo que todo es bueno y que nada perdura.
También hay una gradación desde la sonrisa interior (o exterior) a la carcajada, pero no siempre es indicativa del grado de alegría que las acompaña. De hecho hay risas amargas como la hiel y corrosivas como un ácido, que son expresión de desprecio, burla, sarcasmo, crueldad, desesperanza, ira… Se puede reír con la boca sin hacerlo con los ojos, ni con el corazón.
Me gusta la diferenciación entre reírse “de” y “con” alguien, pues el humor no puede confundirse con la mofa, la mala educación y la falta de respeto. Un chiste que humilla o causa sufrimiento no se puede amparar en la libertad de expresión. Es como cuando Gila contaba que un señor de su pueblo se había enfadado porque unos gamberros habían cambiado la cuerda de tender la ropa por un cable de alta tensión y su mujer había muerto electrocutada. La conclusión era “pues si no sabe entender una broma, que se vaya del pueblo”. ¿Exagerado? No tanto, pues solo lleva al extremo una actitud más frecuente de lo que queremos admitir y que hemos “disfrazado” de otra cosa, para hacer patente su realidad más profunda.
No me importaría ser como Scaramouche, el protagonista de la novela de Sabatini, que “nació con el don de la risa y con la única intuición de que el mundo estaba loco. Ese era todo su patrimonio”, porque a veces sólo por medio del humor se manifiesta la verdad escondida tras las apariencias y ese podría ser el tan buscado secreto de la felicidad.