Todo lo que das, te vuelve
Inma
De ser cierto que elegimos a nuestros padres y donde nacemos, no lo pude hacer mejor. Nací en un pueblo precioso, de montaña, de gente noble, con las puertas de sus casas abiertas a todas horas del día, no había timbres, ni falta que hacía.
No había teléfono, ni comida rápida, la tele era en blanco y negro, mi mayor preocupación adivinar de que sería el bocata de la merienda, el parque era la calle y volvíamos a casa “cuando vayan todos”.
Quizá por esto, acostumbrada a que mi felicidad tendiera siempre a infinito no sabía nada de transformar problemas en oportunidades, ni que había distintas formas de resolver la misma ecuación o que el orden de los factores no altera el resultado, no intuía que si te centras en lo malo lo elevas a la enésima potencia, fui descubriendo que uno más uno no siempre son dos. Empecé a tropezar con piedras y reconozco que de alguna hasta me encariñe…
Once años y tres hijos después decidí dar un salto al vacío pero mis alas ya estaban rotas, una enfermedad, miastenia gravis, pretende mover los hilos de mi vida, me provoca cansancio, debilidad muscular, visión doble, falta de equilibrio; querer es poder se convierte para mi algunos días sólo en una frase hecha, lo que no me va a quitar es una sonrisa para quien haya perdido la suya.
Ahora ya sé que la actitud multiplica, que menos es más, que te puedes reinventar, puedes levantar la mano si el examen de la vida se complica y que el mejor momento para sacar nota es ahora".
Si has leído hasta aquí te doy las gracias, valoro que me hayas dedicado tu tiempo, el mejor regalo que se le puede hacer a una persona, me gustaría que me acompañaras y aportaras también tus puntos de vista.
Sólo pretendo juntar palabras que unan corazones y siembren semillas de esperanza… sí, yo también soy una soñadora que espera que el mundo sea solo uno. ¿Te unes?