miércoles, 18 de septiembre de 2019

miércoles, 18 de septiembre de 2019

Caricias

Vivir para contarlo
Ana Cristina López Viñuela

Reconozco, como no puede ser de otra manera, el valor del cansancio de mi padre después de extenuantes jornadas de trabajo de más de catorce horas, incluidos los sábados, para que nada faltara a la familia. También recuerdo a mi madre y mi abuela afanadas en la cocina y con las tareas domésticas.
Pero lo que conservo como un tesoro, lo que me reconforta cuando estoy triste o me siento sola, son los ratos en que me acurrucaba en el regazo de mi padre mientras él me acariciaba, besaba y hablaba con cariño. Y cuando estaba enferma y mi madre apoyaba su barbilla fresca en mi frente febril mientras me arropaba. 
Sus caricias me enseñaron el contacto humano, y cómo cuidar y amar con el cuerpo y con el alma al mismo tiempo. Por eso, aunque obras son amores…, pienso que es muy necesario expresar nuestro cariño de forma explícita, con palabras y con gestos, en lugar de darlo por supuesto.
No sé tú, pero yo siento el contacto físico como algo muy íntimo, por eso a veces me incomoda la excesiva cercanía, si no viene acompañada de un sentimiento acorde. No hablo de la cortesía y trato social, de los chasquidos en el aire que se llaman besos, ni de las manos tendidas con frialdad, sino de las caricias que penetran la piel y reconfortan el corazón. Aún recuerdo algunos acogedores abrazos que recibí en el funeral de mi padre, que me dieron mucho más consuelo que ningún elocuente discurso, porque me sentí acompañada y querida. El cuerpo no sabe fingir y conecta a niveles más profundos que el pensamiento o el lenguaje.
Hace unos meses participé en una actividad que me sorprendió gratamente. Consistía en moverse libremente y en silencio, con los ojos vendados, por una habitación en la que sonaba música de diferentes estilos, junto con otras personas que estaban en la misma situación. Recuerdo que pensé que sería un lío y nos estaríamos tropezando unos con otros todo el rato. Pero no fue así. Y comprendí que para comunicarse no hace falta ver, ni hablar, ¡se pueden captar tantas cosas sólo con el tacto, el oído y el olfato! Los movimientos se armonizan, las manos y los pies no se enredan, los cuerpos se acogen sin intermediarios y conviven en el espacio sin obstaculizarse.
Me dio la oportunidad de relacionarme sin que el cerebro interviniera, sin saber a quién tocaba o con qué persona estaba bailando, sin prejuicios, sin miedo al qué dirán, ni al rechazo. Acariciando a un “desconocido” con la delicadeza con que trataría algo frágil y precioso, y luego a otro, u otra vez al mismo, sintiendo el latido de su sangre y la tibieza de la vida, me di cuenta de la increíble belleza del ser humano, de todos y cada uno, que no somos tan diferentes entre nosotros. Y de la gran necesidad de dar y recibir amor y aceptación que sentimos, aunque la mantengamos escondida por miedo a mostrar nuestra vulnerabilidad y ser heridos. ¡Y sentí tanta felicidad, tanta unión, que no os lo puedo explicar! Hay que vivirlo.
Por supuesto que estas experiencias no son para el diario, ni para realizarlas en cualquier entorno, pero me mostraron hasta qué punto podía mejorar mi comunicación habitual con la familia y los amigos, o con cualquier persona con la que desee compartir mi compasión, entendida como “compañía en los sentimientos”. Porque la mayoría de las veces no estamos necesitados de soluciones teóricas, ni de consejos, ni de ayudas, sólo de un prolongado abrazo o de una suave caricia que nos den la seguridad de ser amados y comprendidos. Lo demás viene solo.
Animo a todos a utilizar nuestro cuerpo para relacionarnos con nuestros seres queridos, como forma de dar y recibir cariño. Para aliviar la soledad, la desconfianza, el dolor, la tristeza… hablar es una pastilla y acariciar una inyección en vena: llega antes y actúa con más fuerza. Y no sabemos cuán necesario es para nuestro niño interior, tan frágil, tan fuerte, tan sensible, tan lleno de vitalidad y amor para compartir. Y tan deseoso de interactuar con otros “niños” como nosotros.