No es sólo conocer otros paisajes, costumbres y culturas, que también, viajar es sobre todo salir de lo cotidiano, cambiar de aires y refrescar la mente. Viajar es un alimento para seguir vivo. Reconozco que salir del pueblo, ciudad o país no está al alcance de todo el mundo y que hay determinadas personas que por sus circunstancias personales o económicas no se pueden permitir el ‘lujo’ de viajar, pero dicho esto sí creo que se trata de una actividad que abre la mirada y ensancha el espíritu, un tiempo invertido que lejos de evadirte, te ilusiona y te invita a soñar.
Hay quien se pasa todo un año trabajando con la única meta de viajar durante las vacaciones. Y cada año planifica salir a un país más lejano y exótico. ¡Para el carro! ¿Para qué narices quieres ir a Cancún para descansar en una playa con aguas transparentes si lo puedes hacer en tu comunidad o en tu país casi a tiro de piedra? La respuesta está en las redes sociales. Aparentar. Poder contar a los demás que estuve en tal o cual sitio. Anda que no ha hecho daño Internet en este sentido.
Conozco a una pareja sin hijos, funcionarios ambos, que se pegan un par de viajes cada año de escándalo. Sí que conocerán mucho mundo, pero no siento nada de envidia, más bien me dan penita porque han decidido no tener hijos de forma voluntaria y consciente, precisamente para poder viajar libremente. Pobres. Sé que no debería juzgar (no juzgues y no serás juzgado), pero no puedo por menos pensar en su triste vejez.
Tampoco nadie nos enseña a viajar. Están quienes planifican cada minuto de la excursión, desde hospedajes, lugares que visitar, restaurantes… Y luego estamos los que lo improvisamos casi todo, que amamos la aventura de no saber lo que nos vamos a encontrar, aunque esto conlleve alguna que otra sorpresa de ‘ya no hay plazas’ o ‘cerrado por vacaciones’. He de decir que suelo viajar con una persona que prefiere la incertidumbre a la planificación. Eso ayuda bastante.
Cambias de clima, de cultura, de sabores, olores, luz… No me gusta cambiar de idioma, me supone un sobresfuerzo que intento evitar. Tampoco me gusta cambiar de cama, pero me adapto. Lo que más me sigue gustando es la gente, las personas, su forma de ser, su modo de hablar, sus costumbres. Hay que ver lo que cambiamos todos dependiendo de la zona en la que vivimos (temperatura, economía, religión…).
Recientemente viajé a un lugar de España con un clima benigno. Pero el cambio principal que experimenté, a parte del meteorológico, fue el humano: veía gente por la calle, aunque fuera en pueblos medianamente pequeños, pero sobre todo vi a jóvenes y a niños, sabia nueva, algo a lo que mi retina ya no está acostumbrada, por desgracia. Confieso que sentí envidia, porque percibí futuro. También he decir que me fijé en los muchos polígonos industriales que había por esos lares, es decir, en la actividad económica. Donde vivo ya casi solo quedan viejos y pensionistas. Pero es una elección voluntaria, pues sé que podría mudarme si mi pareja me apoyara. Nada que reprochar, aunque no pude por menos que comparar entre ambos territorios.
Me propongo firmemente viajar más, pero no quiero ir a las antípodas. Me quedaré por aquí cerca. Me gastaré menos dinero y estoy seguro de que descubriré cosas nuevas y gente maravillosa con quien conversar y de quien aprender cosas nuevas.
Asín sea.