miércoles, 18 de octubre de 2023

miércoles, 18 de octubre de 2023

Siesta

Yo y mi circunstancia
Juan

Conozco a gente que no duerme nunca la siesta argumentando que le sienta mal, que se levanta malhumorado. La verdad sea dicha, no me imagino lo que tiene que ser la vida si la sagrada siesta. ¿Cómo se puede sobrevivir sin, para mí, la necesaria siestecilla? Reconozco que hay días que, por circunstancias, no puedo darme esta cabezadita reparadora. Esa tarde, no soy persona.

La siesta no la aprendí por afición, sino por necesidad. De chaval, mi padre nos levantaba en verano a mis hermanos y a mí hacia las cinco de la mañana para acarrear la mies de las tierras a la era. Había que currar. Ahora lo llamarían explotación infantil y mi padre estaría en la cárcel. No hace falta advertir que en casa, en el pueblo, la siesta era una obligación de libro y, muchas veces, también la hacíamos a turnos porque había que trillar la mies, pues esa hora cuando el sol estaba en todo lo alto era la mejor para moler el cereal bajo las piedras cortantes del trillo. Aprendí a descansar por un simple instinto de supervivencia.

En mi vida de estudiante me tocó madrugar bastante, colegio e instituto con una horita diaria de autobús para llegar y volver del centro docente al pueblín; universidad con otra hora de reloj entre el piso de estudiante y la facultad, esta vez en metro; y en mi vida profesional, para desconectar las neuronas de un trabajo mental que siempre me cansó más que el físico. Desde siempre, siesta, siesta, bendita siesta.

Un día escuché por la radio una entrevista que le hacían al cantautor José Luis Perales. Le preguntaban cuál era su secreto para mantenerse tan joven y activo a pesar de su avanzada edad. La respuesta reafirmó mi teoría: “Dormir todos los días media hora de siesta”. Antes de esa locución, me gustaban las canciones de Perales; desde entonces, el de Cuenca es mi ídolo.

Yo practico dos versiones de siesta. La primera, la de media hora máximo, la de Perales, con el documental de la 2 sobre animalillos de fondo, muy aconsejable porque no te agría el carácter y te prepara la cabeza para afrontar la tarde con energía. Según he leído, esta versión ‘mini’ te protege, además, del riesgo cardiovascular. Y la segunda, todo un homenaje al descanso de los perezosos, la que decía Camilo José Cela de pijama y orinal, que se puede alargar hasta las dos horas bajo las sábanas con el embozo hasta la boquita. Esta sólo es aconsejable para reparar daños colaterales de una noche anterior de mal o muy escaso descanso por las razones que fueran, pues dicen los expertos que esta modalidad provoca obesidad, además de que al despertar no sabes muy bien ni quién eres ni en qué país te encuentras.

Otra ventaja que veo a la siesta es que sueñas, aparentemente cosas inconexas, pero sueñas al fin y al cabo. Puede que te pase como a mí, que recuerdo más los sueños de la siesta que los de la noche. Me encanta apuntar esas historietas oníricas y jugar a ser psicoanalista  interpretándolas a mi manera.

También he leído que la siesta no es tan española como se cree. Hace años se hizo un estudio con personas adultas y se concluyó que el 60% de la población no practicaba este descanso a diario; sólo el 16% manifestó ser fiel a la ‘desconexión’ tras el almuerzo. Parece que donde la siesta es casi una religión es en Japón. Los trabajadores del país del sol naciente echan la siesta en el trabajo, algo que no es de extrañar ya que allí las jornadas laborales tiene una media de 13 horas diarias. Allí, los empresarios fomentan la siesta porque creen que favorece la productividad.

Queda claro que soy muy fan de la siesta, tan española, que la practico a diario o siempre que puedo. No creo que vaya a vivir más practicando este descanso del mediodía, pero ya tengo comprobado que gano en calidad de vida. Así que, si eres de los de siesta diaria, FELICES SUEÑOS.

Asín sea.