
Prisa por contar al otro lo que te pasó (y no escuchar lo que dice el otro); prisa por jubilarte (si te prejubilas, mejor) para hacer nada; prisa para acabar de estudiar y ponerte a trabajar (te desesperas por no encontrar trabajo); ninguna prisa por tener hijos (vaya estorbo); prisa por llegar a casa para sacar a tu mascota a hacer sus necesidades (en la acera); prisa porque tus hijos se independicen (y les sigues haciendo la comida y pagando el piso); prisa por tener nietos (que parece que no llegan nunca); prisa para sanar cuando caemos enfermos (¡Señor, dame paciencia, pero dámela ya!); prisa porque te toque la lotería y ser millonario (para no tener que aguantar a mi jefe); prisa por acabar de pagar la hipoteca (el ‘cuento’ de nunca acabar); prisa por ver si tengo una nueva notificación en mi teléfono (siempre la hay); prisa por acabar de leer el libro que empecé hoy (y no me enteré de lo que leía); prisa por colocar la mesa, la cocina, la habitación, el salón… (va a estar descolocado en un ratín, pero igual viene una visita).
Prisa para levantarnos, vestirnos, maldesayunar y largarnos al trabajo o a clase (los jubilados y desempleados tienen otro tipo de prisas). A lo largo del día estamos continuamente pendientes del reloj o del teléfono para ver la hora que es o si no se la preguntamos a quien tenemos al lado que nos resulta mucho más cómodo. ¿Qué hora es? “Las…. y media pasadas”. ¡Yaaaaa! o ¡Todavíííía! Prisa para marchar de nuevo, prisa en el coche (superando casi siempre los límites legales establecidos, tanto en ciudad como en carretera); almorzar deprisa para dormir la siesta deprisa (“si duermes mucho es malo”) y marchar deprisa que he quedado o tengo clase de… Y llego tarde (no había quien aparcara y en el subterráneo te clavan). Prisas para cenar porque empieza mi serie o mi peli favorita en la tele, donde lo que realmente te tragas es la publicidad pura y dura. Y prisas para ir a dormir (mañana madrugo mucho)… En definitiva, prisa por vivir y, sin pretenderlo, prisa por morir.
Nos falta tiempo para tantas cosas que queremos hacer que esto nos genera una sensación de frustración e impotencia que impide disfrutar del momento presente. Somos unos impacientes, vemos solo lo que falta, pero no lo que hay. La prisa desarrolla personas propensas a la queja y al lamento continuo.
Dicen los expertos que las prisas provocan mal descanso, cansancio, irritabilidad, mal humor, poca paciencia y baja capacidad para disfrutar de las pequeñas cosas. Y tú ahora te preguntas: “¿Cómo me relajo yo con la que está cayendo, con las guerras, subida de precios, futuro incierto…?”. Pues si el futuro es incierto (siempre lo fue), piensa y vive el presente. Punto y seguido.
Cuando vivía en Madrid salí una tarde para ir al centro (los pobres vivíamos y siguen viviendo en la periferia de las urbes), para lo cual tenía que coger el metro. Al empezar a bajar las escaleras empecé a contagiarme del resto de usuarios que bajaban corriendo a coger ese tren veloz que va por debajo de la tierra, hasta que me paré y me pregunté: “¿Juanito, qué haces tú corriendo si no tienes prisa para llegar a tu destino?”. Desde entonces practico lo que yo llamo ‘frenazo en seco’, siempre y cuando me dé cuenta de mis prisas infundadas. No hagas las cosas corriendo porque no te hará sentirte mejor, todo lo contrario, te meterás en el cuerpo kilos y kilos de estrés, de ansiedad, tu cuerpo se acidificará, empezarás con las temidas contracturas musculares, dolores de estómago, de tripa y a tu corazón le meterás demasiada presión, le exigirás un bombeo extra totalmente innecesario que algún día acabarás pagando. Como decía mi buen amigo Gonzalo, “a ver si te va a entrar un cáncer en el alma.
No digo yo en serio que vayas a contraer un cáncer o que te vaya a dar un infarto de miocardio o un zambombazo cerebral, que igual sí, pero la tranquilidad que puedes llegar a sentir leyendo algo interesante (no las revistas del corazón), paseando por el campo, escuchando música o rezando –todo esto con el teléfono y la tele bien alejados- no la vas a lograr ni en Instagram, ni en Facebook ni viendo tu serie favorita tirado en el sofá. Bueno, si paseas, sí conviene darle un puntito de marcha a las piernas para hacer un ejercicio un poco más completo. Practica el silencio y disfruta o, mejor dicho, reaprende a disfrutar de cada momento del día, ‘Carpe diem’. Planifica tu tiempo de descanso, improvisa sin miedo, aprende a decir NO y de paso vas pensando a ver si tu vida está acompasada al ritmo que te marca la vida o si quizá vas un poco bastante acelerado. Si ves que tal, recuerda, frena en seco antes de que tu cuerpo sea el que te frene sin avisar. Si crees que tienes la enfermedad de la prisa, olvídate de la p e intenta cambiarla por la enfermedad de la risa.
Asín sea.