miércoles, 14 de septiembre de 2022

miércoles, 14 de septiembre de 2022

Mis pastores

Yo y mi circunstancia
Juan

Ahora cuesta encontrarse un pastor con su rebaño de ovejas a la orilla de la carretera porque, la verdad, ya casi no quedan ni de unos ni de otras. Ahora pasas veloz con tu coche por la autovía/autopista vallada con la imposibilidad de detenerte y para más INRI las pocas ovejas que quedan están todo el año estabuladas, condenadas a prisión perpetua. Pero hace 30 años aún se podía disfrutar de los pastores, podías parar cada poco a charlar y a fotografiar a estos ganaderos solitarios a lo largo de toda la geografía española. Y a eso fue a lo que me dediqué durante cinco años de mi vida (1988-1993), a coleccionar pastores. Parte de esa colección (43 fotos) está expuesta en Sahagún en gran formato (Auditorio ‘Carmelo Gómez’–antigua iglesia de La Trinidad–) hasta el 27 de noviembre con un amplio horario de visitas dado que el edificio es también albergue municipal de peregrinos… por si algún lector se animara o animase.

Sentía entonces, y sigo sintiendo aún hoy, una especial admiración por los pastores, a los que yo prefiero llamar ‘quijotes del campo’, por ese espíritu aventurero que encierra su profesión, porque, no me dirás que no es una aventura salir cada día al campo con el ganado haga el tiempo que haga y sin saber la ruta cierta que vas a trazar. Con todo el tiempo que pasan solos, con lluvia o con un sol de justicia, provistos de paraguas o de una manta, con la única compañía de sus perros y, claro está, sus ovejas a las que –cosa que me sigue maravillando- distinguen unas de otras a pesar de la gran cantidad y enorme parecido entre ellas. Y solos también, casi siempre, en las majadas mientras llevan a cabo la fase del ordeño. Esa vida contemplativa da mucho de sí para meditar, para reflexionar sobre la vida y sus acontecimientos. Asisten a la salida del sol y casi siempre son testigos de su puesta. La luna les suele acompañar muchos días. Son unos ‘filósofos a la fuerza’. Para mí, pastorear es guiar a otros, ayudar a marchar por el buen camino, como bien supo hacer el mismo Jesús de Nazaret. Si será importante esta profesión que fueron los pastores los primeros que veneraron al hijo de Dios tras su nacimiento en el portal de Belén. Además, la Virgen siempre se aparece a los pastores. Por algo será. ¿Quizá porque son de fiar?

Pero no todo es así de bucólico como nos lo presenta la literatura. Ser pastor, ya sean propietarios o a sueldo, es un oficio bien cabrón, sacrificado y esclavo. Casi todos nosotros tenemos o hemos tenido pastores en nuestra familia. No es para menos, pues si echamos la vista atrás y nos remontamos a los tiempos más remotos de la humanidad encontraremos ganaderos entre nuestros ancestros desde que aquellos ‘primitivos’ cazadores-recolectores decidieron hacerse sedentarios, echar raíces, y domesticar a los animales salvajes para garantizar el sustento.

Durante aquellos años adquirí la costumbre (¿afición?) de parar cada vez que veía a algún pastor; primero saludaba, entablaba conversación y al final, con el pertinente permiso, disparaba la foto con mi cámara y les pedía los datos mínimos para poner en el pie: nombre y apellidos, edad y población. Yo le añadiría también la fecha. En mi colección de pastores, 95 en total, conservo momentos irrepetibles de distintos puntos de España, fruto de viajes que de realicé como uno a Cataluña y otro a Andalucía, pero sobre todo atesoro pastores de la provincia de León, y los más cercanos a mi pueblo, Villeza, así como de poblaciones de la comarca natural de Sahagún, 34 en total, que son los que componen la muestra de la que os hablaba al principio.

De todas aquellas conversaciones de ‘mis pastores’ guardo bellos recuerdos. Fueron charlas breves pero intensas y sobre todo muy enriquecedoras. Después de que se interesaran brevemente por mi persona y condición, siempre con la verdad por delante, la mayoría de los pastores se lanzaban a contar su vida: sus penurias económicas dentro de un sector primario en crisis continua, pero también me relataban su vida personal resumida: si estaban casados y tenían hijos, me decían lo que estudiaban o si trabajaban y dónde lo hacían. Los que estaban solteros me hablaban de su rebaño o si eran pastores a sueldo me relataban otros destinos que habían tenido. Puedo decir que todo el colectivo se caracterizaba por su sinceridad, sencillez, humildad y confianza. De todos con los que entablé esa breve relación, solamente uno, en Saldaña, se negó a darme el nombre porque estaba convencido de que yo era un inspector de Hacienda y que lo que pretendía era fiscalizarle el negocio. Nada le reprocho.

Dada la avanzada edad que tenían la mayoría de estos pastores, bastantes han muerto ya. Otros han ido sumando años al zurrón y puede que estén deseando que llegue la fecha de la jubilación para abandonar este oficio tan jodido, aunque seguro que otros muchos lamentarán el día que tengan que vender el rebaño porque les puede pasar lo que a Cruz, el de mi pueblo, que por su gran fortaleza prefería trabajar antes que quedarse en casa sin nada que hacer, por lo que optó por seguir pastoreando hasta que la salud pudo finalmente con él.

Que sirva esta exposición como homenaje a los pastores en general, los que fueron y son (no me atrevo a decir los que serán), ellos son los verdaderos protagonistas. Ya se han ganado de sobra el cielo bajo el que tantas horas han pasado.

Asín sea.