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Me gusta mirar el cielo y en especial las nubes, soy de los que repite esa experiencia tan conocida de tratar de ver en ellas formas de objetos, personas y escenas.
Pero cuando llega el verano, los pocos días en los que voy a la playa, me gusta pasear por la orilla y he de confesar que me fijo en las reacciones ante las olas de los niños pequeños que visitan por primera vez el mar.
Algunos no llegan a enfrentarse con ellas, se dan la vuelta y corren, otros necesitan estar agarrados a padres buscando una explicación a ese nuevo fenómeno, hay quienes se pasan largos ratos llorando, sea cual sea la temperatura del agua o la fuerza de las olas, muchos disfrutan del agua pero siempre miran hacia atrás buscando la aprobación de quienes les han llevado hasta allí, hay quienes empiezan con el cubo y las palas a crearse un muro donde protegerse de ellas, otros son arrollados por su fuerza, se levantan y vuelven a adentarse en las aguas.
El fenómeno es el mismo, pero la actitud ante él varía según cada uno.
No sé si en su segunda experiencia con el agua modificarán su comportamiento o necesitan varias excursiones al mar.
Viendo su comportamiento pienso en como he ido yo aceptando y trabajando las olas que han llegado a mi vida y con cuál de los modelos de los niños me puedo estar identificando.
Ahí lo dejo…