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Christophe André en su libro Los estados de ánimo cuenta, al principio de su libro lo siguiente:
Ya de pequeña eras sensible. Había cosas que te emocionaban y te provocaban estremecimientos o arrebatos: un gesto, una palabra, un rostro triste, el paso de una nube o el sonido del viento.
Esos resbalones del ánimo llevaban tiempo molestándote. Habrían preferido ser menos sensible y sentir más serenidad. Querías ser adulta, y esas reacciones de niña en tu vida de adulta te estorbaban. No sabía muy bien qué hacer. Tratabas de cerrar los ojos y hacer caso omiso de esos minúsculos desgarros cotidianos. Sentías que podían llegar a ser desestabilizadores, pero resultaba que justamente no tenías ganas de que te desestabilizasen.
Después, poco a poco, aprendiste a aceptar esos momentos que nos emocionan y despiertan. Y también a aceptar todos los estados de ánimo, felices o dolorosos, a que daba lugar su contacto, producto de su estela. Nuestros estados de ánimo, eso es lo que queda en nosotros tras el paso del tren de la vida. Entonces uno puede quedarse escuchando, observando, sintiendo. A ti, al fin y al cabo, también te gusta descansar un poco… Por fin has entendido y aceptado que los estados de ánimo son el latido de nuestro vínculo con el mundo. Ahora incluso te parece que tu alma se ha puesto a existir, a respirar con más fuerza. No es que sepas qué es “tu alma”, pero de alguna manera sientes confusamente que “eso” es algo que existe. Y sabes asimismo que tu vida puede ser serena y sensible a la vez. Has cambiado, despacito. Gracias a esos pequeños instantes de vacío. Copos de existencia, plumas de vida caídas del cielo. Metamorfosis silenciosa.
Es un escrito que me parece de una belleza indescriptible y que describe de forma muy nítida todo esos que nos ocurre con nuestras emociones, con nuestros estados de ánimo.
Cuenta Dios, en Conversaciones con Dios, que Él se experimenta a través de nosotros. Algo que lo es todo, es estático, es inerte, es “no cambiante”. Sentimos la viveza en lo dinámico en lo que fluye, en lo que no se detiene, en lo que es y está por ser. Por eso Dios nos necesita, para experimentar su crecimiento y grandeza a través de lo que siempre está en evolución. Y si paramos en algún momento, que significaría eso que llamamos “la muerte”, es para poder de nuevo recrearnos con otra conciencia de nosotros mismos y de la Vida. De la Vida, de esa que nunca termina.
A veces nos es difícil gestionar y entender nuestras emociones, pero cuando aprendemos a aceptarlas y a darnos cuenta de que son nuestras grandes aliadas, y, empezamos a no tomarlas como algo a evitar, adquirimos la capacidad de vibrar al son del mundo, de las energías, de los pulsos melódicos que acompañan nuestro existir.
Me conmueve ver unos ojos brillantes que se enternecen, una brisa que acaricia una tez o mueve una cabellera, unas manos que quieren hablar al compás de nuestras expresiones, un beso, un contacto, ¡hay tanta vida en todo!
Como dice André: “COPOS DE EXISTENCIA…. METAMORFOSIS SILENCIOSA”.