sábado, 17 de septiembre de 2022

sábado, 17 de septiembre de 2022

Elogio de la fila india

Vivir para contarlo
Ana Cristina López Viñuela

Caminando en silencio junto a los otros participantes en el Camino Olvidado meditativo organizado por la asociación Al Quite, comprendí el sentido de la historia que nos contó Valentín Turrado sobre por qué los indígenas americanos tenían la costumbre de avanzar en “fila india”, uno detrás de otro, hasta el punto de que tanto las sendas como los puentes colgantes estaban preparados para ese modo de avance. El motivo principal es que así se dejaba una sola huella, de forma que sus enemigos no pudieran saber cuántos eran y que fuera fácil borrar el rastro de su paso. Pero tenía otras muchas ventajas, como ir abriendo veredas en lugares vírgenes yendo primero los miembros con más experiencia, para que los demás se encontraran un camino expedito y seguro. O el mutuo apoyo entre quienes viajaban juntos y se podían alternar en la cabeza de la comitiva, compartiendo la responsabilidad y el descanso.

Ese sentimiento de formar parte de una misma comunidad casi se hace físico cuando vas colocando tu pie en la huella que dejó la persona que te antecede, que a su vez hizo lo mismo siguiendo al anterior, y al anterior, y al anterior... mientras escuchas el rumor cadencioso de las pisadas de quienes van delante y detrás de ti. Algo parecido apuntó Martín Castaño al introducir los bailes circulares en el encuentro de danzas del mundo en la plaza de Regla, pues se crea una hermandad entre quienes siguen la misma estela, llenando un pie el espacio que deja otro, al compás de una música generadora de armonía y unidad.

En el centro de la fila me siento protegida, pues sólo he de preocuparme de seguir y que me sigan, “chupando rueda” como dicen los ciclistas. Eso mismo me permite distraerme, sentir los aromas y los colores, o seguir el curso de mis propios pensamientos, sabiéndome custodiada por el grupo.

Pero en un momento dado tuve la fortuna de encabezar la hilera, escogida por mi debilidad y no por mi fortaleza. Me sentí como una abuela elefanta, a la cabeza de su manada, atenta a encontrar un camino practicable y a marcar un ritmo fácil de seguir para los cansados y los vulnerables, pero constante y sin desánimo. La senda parece muy grande cuando se ha de reducir a las dimensiones de una sola persona y el horizonte muy extenso cuando nadie te precede. Cuando faltan los que nos guiaron antes o se retiran a una segunda línea y te conviertes en cabeza de tu familia, de tu grupo, tu referencia pasa a ser el aliento de quien te sigue, pues cuando lo escuchas sientes su presencia cercana. Y en cada recodo del camino vuelves la mirada hacia atrás, siempre pendiente de no perder a ninguno, pero confiando en que se cuidan unos a otros. Y esa responsabilidad te hace crecer, sabiendo que hay personas que dependen de ti.

Siento que la vida humana es, en cierta forma, una fila india. Seguimos la senda que nos han trazado nuestros mayores y se la dejamos en herencia a nuestros descendientes porque ni queremos, ni sabemos sentirnos solos. Pero a veces a uno le apetece o se ve obligado a salirse de la fila, e incluso a ponerse al frente de otra nueva, buscando otros objetivos o, simplemente, sentirse libre y capaz de dirigir sus pasos a su antojo. Si siempre se transitan los mismos itinerarios, siempre se llega a los mismos destinos. No creo que sea absurdo buscar la seguridad en los avances ajenos o que nos agrade formar parte de una comunidad, pero no deberíamos tener tanto miedo de caminar solos, aunque solo sea un pequeño trayecto, porque enfrentándonos a lo desconocido directamente tal vez podamos ver quiénes somos y de qué somos capaces.