miércoles, 28 de septiembre de 2022

miércoles, 28 de septiembre de 2022

El motín de Esquilache

Yo y mi circunstancia
Juan

El motín de Esquilache fue una revuelta popular que tuvo lugar en Madrid y en otras ciudades españolas en marzo de 1766, siendo Rey Carlos III. La movilización popular fue masiva y llegó a considerarse amenazada a la seguridad del propio Rey. Los amotinados protestaban por la carestía del pan y por la prohibición de portar algunas vestimentas tradicionales. De ambas cosas culpaban al marqués de Esquilache, el principal ministro del Rey, que pretendía erradicar el uso de la capa larga y el chambergo (sombrero de ala ancha, gacho, redondo y montera calada) bajo el argumento de que el embozo permitía el anonimato y la facilidad de esconder armas, lo que fomentaba toda clase de delitos. El rey italiano Carlos III tuvo finalmente que sucumbir y atender las exigencias del pueblo dado el devenir de este conato de revolución. La mayor consecuencia política del motín fue el destierro de Esquilache. Nuestros compatriotas salieron a la calle para defender sus derechos y arriesgaron sus vidas para sobrevivir.

Me acuerdo mucho de este pasaje de la historia de España desde que lo estudié en mis años mozos, sobre todo me acuerdo cuando hablo últimamente con personas muy cabreadas por la tremenda subida del precio de casi todo (alimentos, combustible, luz, gas…). ¿Por qué la gente no sale a la calle a protestar? ¿Por qué nos limitamos simplemente a tener discusiones de barra de bar o a enviar memes de estos asuntos por WhatsApp a familiares y amigos? ¿Dónde están metidos los sindicatos en estos momentos de crisis bestial? ¿Ya no nos acordamos cuando salimos a gritar NO a la guerra, por la vida de Miguel Ángel Blanco o en Cataluña por declararse ilegal el referéndum?

A mi juicio todo tiene una explicación que podrás considerar más o menos acertada. En 2020 nos secuestraron en nuestras casas durante dos meses y medio, cerraron los negocios y al salir nos obligaron por Decreto Ley -Toque de queda- para estar en casa ‘prontito’, nos obligaron a ponernos un trapo en la boca y la nariz para que estuviésemos calladitos. La excusa, el bicho que vino de china. Ni rechistamos. Luego resulta que aquel decreto se declaró inconstitucional, pero eso ya poco importa, ¿verdad? Al poco tiempo nos dijeron que teníamos que ponernos un líquido en el brazo que traería la solución a la enfermedad, incluido niños de más de 5 años (pobres niños nuestros). Primero un pinchazo, luego otro de recuerdo y después otro de refuerzo. Y fuimos todos en fila como corderos al degolladero. E incluso durante unos meses  jugaron a aplicarnos el pasaporte Covid que nos impidiera movernos o entrar en determinados lugares. ¡Fuerte! Pero resulta que la enfermedad sigue ahí, que a lo peor nos engañaron y que está muriendo más gente en 2022 que en 2020 con todo el brote del Covid. Nuestros sabios mandatarios dicen que es porque hemos descuidado las medidas anticovid, por las olas de calor, el cambio climático y así tenemos ya a puertas la ‘cuarta’. Nadie habla de los coágulos que presentan todos aquellos que mueren de repente. Piensa, confiésalo, has sufrido en los últimos meses el ingreso hospitalario o el fallecimiento de alguien ‘cercano’ (familiar, amigo, conocido) que se fue de tu vida de un día para otro. Recapacita, despierta.

Por otro lado está el miedo que nos han infundido durante todo este tiempo. Quien se dedique a ver los telediarios, no importa la cadena, acabará con una sensación de que el fin del mundo está cercano, para algunos más que para otros. Todo son noticias de fallecimientos, de subidas de precios constantes, sucesos, catástrofes, futuro incierto para la juventud, todo pesimismo… Así el miedo ha arraigado en el cerebro de mucha gente, sobre todo los mayores, y su cuerpo se va acidificando. Si el miedo le mezclas con ‘eso’ que te meten en brazo, viene sin prospecto, hace un cóctel explosivo. Me temo nos quedan meses ‘duros’ por delante.

Ya tenemos las mimbres para tejer el cesto. Estamos silenciados, atados, amordazados, muchos viviendo de salarios públicos y ayudas sociales. Estamos tristes, apáticos, acojonados, nos cuesta salir de casa y quedar para tomar algo en un bar, almorzar, cenar o salir de fiesta. Si tenemos algo de dinero ahorrado no queremos ‘malgastarlo’ por si las cosas se ponen peor de lo que ya están… que se pondrán. ¿Hasta qué precio tiene que subir el combustible o la cesta de la compra para que reaccionemos como colectividad? ¿Hasta dónde podrá estirarse la cuerda antes de que se rompa? La cuerda no se romperá, estoy seguro. No habrá motines ni revueltas ni revoluciones como el de Esquilache de hace 256 años o la toma de la Bastilla parisina de hace 233 por los motivos que antes he expuesto. La gente no saldrá a la calle como en la primavera árabe. Nosotros seguiremos dormitando viendo cómodamente la televisión en pantalla grande y reenviando los memes graciosos que nos siguen llegando sin parar en nuestro maravilloso teléfono portátil de última generación. El plan se cumple a rajatabla… aunque para algunos no todo está perdido gracias a Dios.

Asín sea.