Estamos cenando, comiendo, tomando unos vinos, paseando, charlando en la calle, viendo la caja tonta… y de pronto surge la duda. “¿Este se habrá muerto o seguirá vivo? ¿Qué edad tendrá? ¿En qué año fue aquel acontecimiento? ¿Quién metió el gol decisivo en aquella Copa de Europa que también ganó el Madrid?” Nos pegamos entre los del grupo a ver quién la saca más rápido, no digo la pistola, sino el maravilloso y sabio teléfono portátil (no digas móvil que no se mueve por sí sólo, tú sí). Y ahí escribimos lo más veloz y telegráficamente posible en Google para que nos dé esa ansiada respuesta que no puede esperar ni un minuto más. “Pues sigue vivo. Tiene ya 93 años. Fue en 1966. Zarra…” San Google te lo busca todo en décimas de segundo o en milésimas, dependiendo de la conexión de las ondas wifi. Dicen que lo que no aparezca en Google es que no existe. Qué te lo crees tú salaomajo.
Para empezar, deberíamos dejar de hacer tanto el gilipollas informando a los demás de algo que te ha chivado el juguete diabólico, que tú no te sabías o que no lo recordabas. Deja el portátil descansar un poco, que lo consultamos cada dos minutos a ver si tenemos alguna notificación importante, qué digo yo importante, urgente, vital, porque ahora ya no se llama por teléfono, es más cómodo enviar un mensaje con emoticonos o un larguísimo mensaje de voz (sin faltas de ortografía) donde no te molesta el ‘otro’ cortándote la conversación. A no ser que lo saques para demostrar que te has comprado un artefacto de los de última generación con pantalla extraplana y tamaño minitablet. “Es que veo mal”. ¿Que a estas alturas no sabes aún consultar en el teléfono la actividad de lo que le has utilizado durante el día? Ajustes, bienestar digital y control parental. Hale, a disfrutar viendo cuántas veces lo has desbloqueado, cuántas notificaciones has tenido y, sobre todo, cuánto tiempo estuviste en los mensajes instantáneos, en las redes sociales, en los buscadores. Y si pinchas en el centro del círculo te lleva al historial de días/semanas pasados. “No, es imposible que yo haya estado 3 horas y media con el teléfono”. ¿Imposible? Tururú. Floja el cinto Jacinto.
Y después ejercita más tu memoria, hazme el santo favor. Si no te acuerdas cómo se llama alguien (familiar, amigo, famoso…), no tires del listín o de las RRSS a la primera de cambio, ejercita el cerebro, porque si no vas a acabar con una demencia galopante, por no nombrar a ese otro cabrón alemán. Lo que sí te aseguro es que en tu cabeza está el chip más potente de los que no se han inventado aún. Ahí se guardan los recuerdos más lejanos, remotos e insignificantes de tu vida. Y aunque tú te sigas diciendo que ya no te acuerdas de nada, ni de lo que hiciste ayer, yo te aseguro que en tu cabecita está todo perfectamente ordenado para si un día necesitas tirar de ello. Claro, para esto debes de tener la cabeza despejada, sin apenas estrés, sin ansiedad ni depresión, sin medicaciones adormilantes. Yo mismo me sorprendo de las cosas y detalles que recuerdo, cuando en etapas más bien cercanas también me decía eso de ‘no recuerdo nada de nada’.
Así que, como decían en la genial película ‘Amanece que no es poco’: “Hala, todos a hacer flash-back”.