miércoles, 9 de marzo de 2022

miércoles, 9 de marzo de 2022

La vida es una canción, cántala

Vivir para contarlo
Ana Cristina López Viñuela

La música es una de mis mejores amigas, con la que siempre he podido contar. Como en mi infancia y juventud no había reproductores mp3, ni dispositivos móviles, ni íbamos a todas partes con los auriculares en las orejas, me acostumbré a canturrearme a mí misma y poner así banda sonora a mi vida.

Hay días que me levanto con una energía contagiosa y vienen a mis labios melodías alegres y dinámicas, porque “tengo el corazón contento” y “un rayo de sol en mi corazón”, y todo mi cuerpo quiere seguir ese alegre compás. Y si no me sentía tan feliz al principio, acabo estándolo después de un rato de música, sintiendo cómo mi columna se yergue y una sonrisa confiada ilumina mi rostro.

Pero otras veces me despierto sin fuerzas y me puede la fatiga del vivir. Entonces necesito canciones “de marcha” o “de boga”, que me animen a ponerme en movimiento, aunque me cueste. Busco en esos ritmos marcados la cadencia de la rutina y la responsabilidad para hacer lo que debo, aunque no me apetezca. Y conforme me voy acostumbrando a ese ritmo marcado desde el exterior, como el cómitre en galeras, menos forzado siento el movimiento.

Si me siento triste, canturreo para acariciarme el alma y cubrirla con un suave manto de notas mimosas. “Cuando la pena cae sobre mí, quiero encontrar la niña que fui” y abrazarla con cariño. Dejar correr las lágrimas con dulzura para que limpien con su sal mis heridas. Y me mezo al son de susurros inarticulados, con la cantilena no aprendida de las madres y las crías, que se mama con la leche.

En ocasiones acuden a mi recuerdo himnos magníficos, que me hacen sentir que formo parte de algo que me trasciende a mí misma, que mi vida tiene sentido y grandeza. Otras se trata de canciones regionales, que cantaban mis padres y abuelos, y refuerzan mi identidad y pertenencia al grupo. Algunas me traen recuerdos de ocasiones especiales, de momentos ya vividos. Hay melodías que me invitan a soñar con lugares exóticos y otras me llevan a sitios conocidos. A veces me hacen intuir lo que hay más allá de los colores y las formas. Excitantes, misteriosas, dramáticas, conmovedoras. Rápidas, solemnes, reposadas. Como distintos movimientos de una misma sinfonía.

Si la vida es una canción, yo no quiero limitarme a escucharla y aún menos taparme los oídos para que no me moleste la machacona insistencia con la que trata de hacerse presente, cuando estoy tratando de ignorarla. Ni quiero dejarla estancada en mi pecho hasta que se pudra, sin darle salida por miedo a que no agrade o a que la rechacen con disgusto, porque no plazca a alguien su tono o su letra, o porque mi voz no esté a la altura de sus expectativas. Prefiero cantarla a pleno pulmón, o al menos tatarearla, y así integrarme en la melodía, y dejar que me penetre, y me nutra, y me desafíe. Prefiero abrirme al dolor, a veces, antes que perderme algún matiz de la delicada armonía de la creación, de la que formo parte. Haz tú lo mismo. Si la vida es una canción, atrévete a cantarla. No te arrepentirás.