Cuando las vemos enganchadas a sus ramas en primavera o en verano nos pasan totalmente desapercibidas, excepto cuando buscamos el refugio en la sobra que proyectan, pero cuando las hojas llegan a la etapa otoñal y comienzan a adquirir ese tono rojizo o amarillento, depende de la especie arbórea, nos quedamos embelesados, las sacamos fotografías, esperamos impacientes a que caigan.
Y cuando ya han caído al suelo forman otro espectáculo de la naturaleza, una alfombra multicolor por la que nos encanta pasear, pisotear y hasta revolcarnos como es mi caso. Tengo recuerdo de niño que jugábamos a enterrarnos completamente con las hojas de las chopas centenarias de la fuente. ¡Qué olor inolvidable el de esa hoja seca, áspera y crujiente!
Los árboles necesitan invernar, la sabia se retira y deja paso a la renovación de todo su ‘cuerpo’. Esas mismas hojas que han dejado desnudos y huérfanos a los árboles, esqueléticos, se transformarán en pocos meses de abono, en nutrientes, que acabará sirviendo de alimento al arbusto completando el círculo cuando vuelva a brotar la sabia en primavera y asomen de nuevo las hojas, al principio tímidas en forma de botones, para nacer en esas mismas ramas, más las varas nuevas, que albergó durante medio año a sus guapas hermanas ahora ya ‘cadáveres’.
Hasta los alimentos y las medicinas tienen su fecha de caducidad, pero eso casi seguro que será materia de una futura entrada en este blog.
¿Pero qué me decís de los árboles de hoja perenne? ¡Qué privilegio, no! ¡Qué chulería! Ahí están, toda la vida en lo alto riéndose de sus hermanas caducas. Siempre verdes, siempre vivas, siempre lozanas… demasiado verdes para mi gusto.
¿Tú qué eres más… de hoja perenne o de hoja caduca? Yo creo que ya te lo he dejado meridianamente claro en las líneas de arriba. Y además, estamos en puertas de que llegue la verde primavera. No hace falta que te decantes, tan sólo disfruta de las hojas en cualquier momento del año y en sus variadas formas. Es gratis. Nos lo regala la madre Tierra.
Asín sea.