miércoles, 23 de febrero de 2022

miércoles, 23 de febrero de 2022

Un prejuicio menos

Vivir para contarlo
Ana Cristina López Viñuela

En la entrada del blog del 24 de noviembre de 2021, incluía entre las tonterías que me descubro diciendo en ocasiones que el Ulises de Joyce es “un aburrimiento”. Para darse cuenta de los propios prejuicios a veces basta con escucharse hablar. En ese momento decidí incluir esa novela entre mis lecturas pendientes y, como basta con lanzar un deseo al viento para que la vida te dé una ocasión de cumplirlo, ha caído en mis manos la magnífica edición de la obra de Galaxia Gutemberg, con traducción de José Salas Subirat e ilustraciones de Eduardo Arroyo.

Si bien es cierto que la acción de la novela no es precisamente trepidante no me he aburrido en absoluto, pues me ha impresionado la forma en la que Joyce plasma en el papel el funcionamiento de la mente de sus personajes. Por ejemplo, es fascinante seguir los saltos que da Mr. Bloom de un pensamiento a otro al comienzo del capítulo 4, que van de la gata a los riñones del desayuno, el llavín, lo que se va encontrando por la calle, su mujer, la carta de Milly… al punto de hacerme creer que el Dr. Jorda Poppenk se quedó corto al cifrar en 6.200 los pensamientos que una persona puede tener al día. Me hice así consciente de cómo cualquier pequeño acontecimiento desata un torrente de pensamientos encadenados, distintos para cada cual y muy alejados de la realidad que los originó, condicionados por las experiencias previas del sujeto. Comprendí, presenciando el diálogo interior de los personajes, hasta qué punto es necesario acallar el runrún mental para poder ver las cosas como son y no como las imaginamos.

También me resultó llamativo cómo se refleja en la novela la forma fría y a veces cruel que tiene la mente de etiquetar a las personas y sus circunstancias. En ocasiones esos juicios se expresan con palabras (casi siempre cuando el interesado no está presente), pero otras muchas sólo tienen lugar dentro del cerebro de cada uno, en silencio, mas siempre condicionan nuestro comportamiento. Y eso no sucedía sólo en Dublín en 1922, también pasa en nuestra propia cabeza, donde los juicios nos separan de los demás, incluso de nuestros allegados, haciéndonos sentir que estamos solos.

En el Ulises se pone de manifiesto la incoherencia que puede haber entre lo que pensamos y lo que decimos o hacemos, como cuando describe el entierro de Dignan, en la que el difunto tiene un papel insignificante, y la atención va del ataúd al recuento de los asistentes, el paño del traje de Ned Lambert, si está casado o soltero, si la patrona le tendría que haber sacado los hilvanes de la chaqueta… todo ello mientras se muestra una imagen solemne y compungida. Incluso se pasa con rapidez del recuerdo del suicidio de su propio padre o de su sentimiento de orfandad a los forcejeos de los sepultureros, o si el ruido de la lluvia parece un rebuzno. Mientras leía, por contraste, iba creciendo en mí un anhelo de honestidad, de empatía y de vivir presente.

Puede que el Ulises sea un retrato fiel de la sociedad dublinesa de principios del siglo XX, con sus convencionalismos y limitaciones, pero sigue de permanente actualidad su forma de analizar la mente humana y de poner en evidencia la hipocresía social. Esa visión tan cruda y escéptica de Joyce me hace comprender cuán fría es la vida cuando somos cautivos de la mente racional. Creo que solo por huir de ese infierno helado ya merecería la pena romper sus cadenas.

¡Y todo este aprendizaje me lo habría perdido si no me hubiera puesto a leer el libro! Mira a ver si no estarás también desaprovechando alguna oportunidad interesante por un tonto prejuicio, como yo.